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Actualizado: 12 de junio de 2025


Buscó un pretesto para enfadarse con los tíos, dejó de visitarles, limitándose a mirarla en paseos y teatros, y por ultimó comenzó a entenderse con ella por escrito, en cartas donde interpolaba la tristeza del alejamiento con los arranques de pasión mal contenida.

A la mañana siguiente, hallándose con sus tíos en la trastienda, que todos habían de abandonar en breve, les habló de esta suerte: Tiítos, no crean ustedes que lo que les voy a decir es por falta de cariño...; pero en fin..., aquí todo va muy mal, y con la picardía que han hecho de quitarles a ustedes este estanco, comprendo que habrá que reducir mucho los gastos.

Nada seguramente. Nos casaríamos, y acto continuo nos iríamos a Jerez, para que conociese a sus amigas y a sus tíos. ¡Qué susto llevarían todos al verla del brazo de un caballero, y mucho más, cuando supieran que este caballero era su marido! Estaba tan linda, tan graciosa, que no pude menos de pedirle con vehemencia que me permitiese darla un beso. No fue posible.

El pueblo fue una noche a arrancar de su hogar a mi abuelo, a pesar de sus ochenta y cuatro años, a mi abuela, casi tan anciana como él y enfermiza, a mis dos tíos y tres tías, religiosas que habían sido arrojadas ya de sus respectivos conventos.

Nada seguramente. Nos casaríamos, y acto continuo nos iríamos a Jerez, para que conociese a sus amigas y a sus tíos. ¡Qué susto llevarían todos al verla del brazo de un caballero, y mucho más, cuando supieran que este caballero era su marido! Estaba tan linda, tan graciosa, que no pude menos de pedirle con vehemencia que me permitiese darla un beso. No fue posible.

No puedo, no debo esperar... Concluyo, hija mía, manifestando a usted que tenga por asegurado un bienestar modesto... ELECTRA. ¡Un bienestar modesto... yo...! CUESTA. Lo suficiente para vivir con independencia decorosa... CUESTA. Ya vendrá, ya vendrá el convencimiento... ELECTRA. ¿Y por qué no habla usted de ese asunto a mis tíos...? Porque... A su tiempo se les dirá.

Examinemos el artículo, y después se discutirá... calma, hombre, calma». Y allí era el mirar huevo por huevo al trasluz, el sopesarlos y el hacer mil comentarios sobre su probable antigüedad. Como alguno de aquellos tíos le engañase, ya podía encomendarse a Dios, porque llegaba Estupiñá como una fiera amenazándole con el teniente alcalde, con la inspección municipal y hasta con la horca.

ELECTRA. ¿Y qué le dices, hombre? MÁXIMO. Hablo con el tío... Bueno: supongamos que has hablado ya con todos los tíos del mundo... Después... MÁXIMO. No te importe el procedimiento. Ten por seguro que te tomaré bajo mi amparo, y una vez que te ponga en lugar honrado y seguro, procederé al examen y selección de novios. De esto quiero hablar contigo ahora mismo. ELECTRA. ¿Me reñirás?

Su ilusión era ser como aquellos tíos, dirigir un carro, cargarlo, descargarlo, y se imaginaba uno tan grande, tan grande que cupieran en él todos los muebles de Palacio. En su delirio de imitación, ejercitando el espíritu y los músculos, se entretenía horas enteras en dar a su pensamiento el mayor grado de realidad posible.

Un capitán viejo se inclinó al oído de otro compañero de Consejo, y Gabriel oyó sus palabras: A estos señoritos que hacen discursos es a los que hay que sentar la mano, para que escarmienten y no hablen más de Tolstoi, de Ibsen y de todos esos tíos extranjeros que enseñan a tirar bombas. Gabriel pasó muchos meses aislado en su encierro.

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