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En ella le aguardaba el padre Laguardia, más huesudo y más inquieto que jamás lo había sido. Timoteo no le conocía más que de vista. Después de saludarle rápidamente, el presbítero le preguntó con agitación: Venía a que usted me dijese, si es que lo sabe, dónde vive actualmente su amigo Llot. ¿Mi amigo Llot? O su enemigo. Es igual. Dónde vive es lo que me importa averiguar.

¡Cómo no he de estarlo, señora! ¡Cómo no he de estarlo si lo que me pasa a !... exclamó el joven apretando las rodillas con sus manos crispadas. ¿Pero qué le pasa, criatura? preguntó la señora con una entonación que decía bien claro que lo sabía. Ya que soy un indigno gusano... ¡Dale! ¡Cálmese usted, Timoteo, cálmese!

A fines de Abril, olvidados ya todos los temores, Manila solo se ocupaba de un acontecimiento. Era la fiesta que don Timoteo Pelaez iba á dar en las bodas de su hijo, de quien el General, gracioso y condescendiente, se prestaba á ser el padrino. Decíase que Simoun había arreglado el asunto.

Unas veces exigía que le contasen algo, otras les obligaba a permanecer inmóviles y silenciosos. Fortuna fue que no se le ocurrierra mandar ahorcar de un árbol a Timoteo, porque en el estado en que se hallaban los espíritus, ¡quién sabe lo que sucedería! Pero el que logró presto sobreponerse a sus colegas y fijar la atención de la bella fue Grass.

La voz se arrastraba lenta, gangosa por aquella formidable boca antes de salir, de tal modo que al llegar a los oídos de sus interlocutores parecía venir cargada de saliva. Y así era en efecto. Buenas noches, Timoteo, buenas noches. Todos respondieron amicalmente al saludo, menos Presentación.

¡Las obras del puerto que tanto gravan el comercio y el puerto que no se termina! suspiró don Timoteo Pelaez, una tela de Guadalupe, como dice mi hijo, se teje y se desteje... los impuestos... ¡Y usted se queja! exclamaba otro. ¡Y ahora que acaba de decretar el General el derribo de las casas de materiales ligeros! ¡Y usted que tiene una partida de hierro galvanizado!

Pero, si atendidas estas breves consideraciones, es el orgullo del talento disculpable, porque es el único modo que tiene el literato de cobrarse el premio de su afán, no por eso autoriza a nadie a ser en sociedad ridículo, y éste es el extremo por donde peca don Timoteo.

El más leve descuido corre de boca en boca; una reminiscencia es llamada robo, una imitación plagio, y un plagio verdadero, intolerable desvergüenza. Esto en tierra donde hace siglos que otra cosa no han hecho sino traducir nuestros más originales hombres de letras. Pero volvamos a nuestro don Timoteo. Háblesele de algún joven que haya dado alguna obra.

Mas apenas los divisó ésta, corrió a refugiarse en su cuarto, que cerró con un violento portazo. D.ª Carolina dirigió una sonrisa dulce al violinista, en cuyos ojos se pintaba el espanto. Presentación, abre dijo aquélla llamando con los nudillos a la puerta. Timoteo necesita hablar contigo dos palabras. Nada tiene que hablar Timoteo conmigo respondieron de adentro.

La casa rebosaba de gente, derramaba torrentes de luz por sus ventanas; el zaguan estaba alfombrado y lleno de flores; allá arriba, acaso en su antiguo y solitario aposento, tocaba ahora la orquesta aires alegres, que no apagaban del todo el confuso tumulto de risas, interpelaciones y carcajadas. D. Timoteo Pelaez llegaba al pináculo de la fortuna, y la realidad sobrejujaba sus ensueños.