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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Maltrana pensaba en las altas horas de la noche, horas de misterio y de silencio, cuando todos estos armatostes de madera o junco, ventrudos, echados atrás con orgullo y ostentando la fe de bautismo en lo alto de la testa, se quedaban solos bajo la fría luz de las ampollas eléctricas, teniendo enfrente las tinieblas del mar.
Y los muchachos contestaban con furiosas cabezadas, chocando algunos la testa con la del vecino, y hasta su mujer, conmovida por lo del templo y la antorcha, cesaba de hacer media y echaba atrás la silleta de esparto, para envolver á su esposo en una mirada de admiración. Interpelaba á toda aquella pillería roñosa, de pies descalzos y faldones al aire, con desmesurada urbanidad.
Las dos tienen los brazos cruzados so el delantal; una cierra los ojos y echa la cabeza sobre el pecho; otra, las puntas del pañuelo cogidas en la boca, echa hacia atrás la testa y mira de cuando en cuando con los ojillos entornados... Pasan dos, tres estaciones; cruza el convoy sobre una redoblante plataforma giratoria. Las viejas se remueven sobresaltadas.
A medida que avanzaba la sombra, levantábase del mar una brisa fresca, que agitaba por instantes los picos del pañuelo de Amparo y los cabellos rubios de Baltasar, en los cuales se detenían las postreras luces del sol, haciendo de su cabeza una testa de oro.
Fuera, los postes del telégrafo parecían una fila de espectros; los árboles sacudían su desmelenada cabeza, agitando ramas semejantes a brazos tendidos con desesperación pidiendo socorro; una casa surgía blanquecina, de tiempo en tiempo, aislada en el paisaje como monstruosa testa de granítica esfinge; todo confundido, vago, sin contornos, flotante y fugaz, a imitación de los torbellinos de humo de la máquina, que envolvían al tren cual envuelve a la presa el aliento de fuego de colérico dragón.
Otras veces, antes de que acometiese el toro, los «monos sabios» y parte del público avisaban al jinete. «Apéate.» Pero antes de que pudiera hacerlo, con la torpeza de sus piernas rígidas, el caballo se desplomaba, muerto instantáneamente, y el picador caía expelido por las orejas, chocando su testa sordamente contra la arena.
La manía de adquirir todo lo barato daba a la casa un tono grotesco. Sobre la puerta de la escalera destacábase una testa de toro disecada, con unas astas que daban frío.
Ramiro observó adrede la pálida testa muerta de súbito y que, asida de los cabellos, fue mostrada hacia los cuatro lados de la plaza, en nombre del Rey. Entonces, con gesto amplio, magnífico, para que todos le vieran, quitose la gorra, exclamando: ¡Dios reciba tu alma, gran caballero! Dos alguaciles escucharon la frase. Uno de ellos quiso prenderle allí mismo; pero el otro le contuvo.
El joven le guiaría en su excursión, como el cornac que va sentado en la testa del elefante. Siguiendo sus indicaciones, se metió entre las dos torres y las casas para seguir una amplia avenida. Durante varias horas Gillespie visitó la capital, admirando la audacia constructiva de aquellos pigmeos.
Es algo monstruoso; lo que llamamos un macrocéfalo, es decir, que tiene la cabeza muy grande, deforme. ¡Misterios de la herencia fisiológica! Su madre me pregunta si toda aquella gran testa estará llena de talento. Yo le digo que su delirante ambición y su vicio mental le darán una descendencia de cabezudos raquíticos... El chico es gracioso y de una precocidad alarmante...
Palabra del Dia
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