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Su voz indignada, pero tranquila, resonaba en aquel momento como una voz del cielo. Les echó en cara su crimen; los humilló; los hizo temblar; los convenció, y los obligó a ponerse de rodillas para pedir perdón por su delito. Yo creo que temían que un rayo los redujera a cenizas.

Sin duda, en las inmediaciones de la cocina se había hablado mucho de la posibilidad de ciertas visitas, y cada vez que llegaba alguien á la casa temían todos que fuese la policía. El chófer preguntaba con sorda cólera á sus compañeros: Se mató el capitán, y este barco se va á pique. ¿Quién nos pagará ahora lo que nos deben?...

Y entonces empezaba la lucha. Ella se defendía en silencio. Aunque él gritase, Fermín no acudía; pensaba que era una riña entre mineros. Además, le temían unos por fuerte, otros por hijo, y procuraban vencer sin que él se enterase. Pero nunca vencían. A lo sumo un abrazo furtivo, un beso como un rasguño. Nada. Paula despreciaba aquella baba.

Todas las gentes del buque, que en las semanas anteriores temían la llegada del malhumorado capitán, sonrieron ahora, como si viesen la salida del sol después de una tormenta. Distribuyó buenas palabras y palmadas afectuosas. El trabajo de recomposición iba á terminarse al día siguiente... ¡Muy bien! Estaba contento. Pronto volverían á navegar.

Pero ¿qué revolución no ha sido hecha por una minoría y no se ha visto obligada á imponerse á la debilidad y el pensamiento miope de los más? El gobierno provisional del feminismo no prestó atención á estas tránsfugas que lamentaban la muerte de los varones de su familia ó temían por la existencia de los que aún se mantenían vivos, prefiriendo su egoísmo particular á los intereses del sexo.

Llegó al poco rato la señorita de Población, y enterándose de que no había nadie en casa más que Miguel, y éste sumido en oscura mazmorra, tuvo a bien sacarle de ella, apesar de las advertencias de las doncellas, que temían a su señora más que al mismo demonio. Llevolo al comedor, hizo que le diesen de merendar y le acarició y agasajó cortesísimamente.

Ya la ocupaba á esta señora otro pensamiento que habia venido á acibarar mas su miserable vida. El marqués de Denia le trajo la noticia de haber fallecido su padre; noticia que la puso rematada del todo; invocando sin cesar los nombres de su esposo y de su padre, con tan fuertes y descompasados gritos, que habia ocasiones en que todos temian por su vida.

Temían a las oficinas de inmigración de Buenos Aires, prontas a rechazar las gentes enfermas o de contagiosa suciedad, obligando al buque a repatriarlas gratuitamente. En los «latinos» de proa verificábanse iguales transformaciones. Las comadres de Nápoles y de Castilla abrían sus arcas para extraer sayas y corpiños.

Algunos flotaron perdidos en el mar, pues los marineros, á la vista de uno de los aeroplanos femeniles, echaban al agua las embarcaciones menores, escapando del buque, que era para ellos un volcán próximo á hacer erupción. Los submarinos se apresuraron igualmente á ganar los puertos, vomitando toda su gente. Temían á los «rayos negros», capaces de buscarles en las mayores profundidades.

Y a pesar de la ruina y destrozo del buque; a pesar del desmayo de la tripulación; a pesar de concurrir en nuestro daño circunstancias tan desfavorables, ninguno de los seis navíos ingleses se atrevió a intentar un abordaje. Temían a nuestro navío, aun después de vencerlo. »Churruca, en el paroxismo de su agonía, mandaba clavar la bandera, y que no se rindiera el navío mientras él viviese.