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Ibamos labrando por la noche cuatro ranuras en forma de cuadro, que al terminar el trabajo se cubrían con alquitrán. Se trataba de horadar la pared de tal modo, que el pedazo arrancado fuera como un tapón, que al ponerlo no se notara que había agujero. Tardamos bastantes días en terminarlo.

De sospecharlo, me hubiera decidido a volver y a casarme con ella, saltando por todo. Llegó la época de entrar en la Maríbeles y de perder hasta el recuerdo de las personas conocidas. Tardamos seis meses en llegar a Manila y estuvimos allí dos. Recogí varias cartas de mi madre, y entre muchas noticias para indiferentes, me comunicaba que la Shele se había casado.

Unas cuantas cabras, un centenar de aves y algunas verduras, fué todo lo que pudimos conseguir. Aprovechando la brisa matinal, salimos del pequeño puerto de San Jacinto poniendo proa al cercano islote de San Bernardino, el cual no tardamos mucho en doblar, merced á la empopada en redondo que nos favorecía.

Yo también soy uno de los jugadores preferidos de la vieja señorita, y la noche de que hablo, no tardamos, el cura, el doctor y yo, en instalarnos alrededor de la mesa del whist, en frente y á los lados de la descendiente de Conan le Tort.

No tuve la curiosidad de ver cuánto tardamos en la travesía; pero á me pareció sumamente larga. Excuso decir que á mi mujer la pareció infinitamente más larga que á , porque no se fija en las cosas con la intencion de estudiar y aprender, sino con el ahinco, franca y netamente español, de hacer burla de los franceses, y el aliciente de la murmuracion dura poco.

Yo me resigné a seguir su ejemplo, mas no sin despedirme antes con una mirada cariñosa del esplendente panorama de la vega, contemplado entonces por desde una altura digna de las águilas. Hecho el descenso de aquella parte del brocal muy fácilmente, no tardamos en subir la ladera del cerro que seguía a la primera hondonada.

A la falda de esta loma se encuentra el pueblecillo llamado San Juan de Aznalfarache, adonde tardamos poco en atracar saltando a un tabladito que hace de muelle. Es una aldehuela irregular, triste y de ruin caserío. Desde la ciudad ofrece vista muy grata aquel blanco grupito de casas, posado, como una gaviota, a la orilla del río; pero una vez dentro de él, la ilusión se desvanece.

Pero por dentro era de acero trenzado, y dejándolo caer sobre mi hermoso tiro, nos pusimos en marcha. ¡Lo que tardamos en remontar esa cuesta á través de la muchedumbre! Los extranjeros me aclamaban. Se oía como un interminable abejorreo el crujido de las máquinas fotográficas. Todos querían llevarse la imagen del rey del mundo. Reconocí por sus caras tristes á los vecinos de la ciudad.

El viejo navío, como un corcel espantado, se negaba a obedecer; el viento y el mar, que corrían con impetuosa furia de Sur a Norte, lo arrastraban, sin que la ciencia náutica pudiese nada para impedirlo. No tardamos en rebasar de la bahía. A nuestra derecha quedó bien pronto Rota, Punta Candor, Punta de Meca, Regla y Chipiona.

Tardamos más de dos meses; no fuimos en línea recta: bajamos a las Canarias, y desde allí nos encaminamos a las Antillas. De Cuba volvimos a Manchester y de Manchester a Cádiz. En el bergantín aquél el aprendizaje era terrible; no se comía apenas, ni se podía dormir, ni mudarse; en cambio, cuando hacía buen tiempo, una delicia: se jugaba a las cartas y se contaban cuentos de brujas y de piratas.