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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Parecia un difunto que se tenia de pié. ¡Qué arte tan sábio es el amor! ¿Qué Rachel, qué actriz del mundo, hubiera corrido como corrió aquella mujer, hubiera dado aquel abrazo como aquella mujer lo dió, y hubiera arrancado á llorar como lloraba la infeliz campesina? ¿Ni qué Talma, ni que Latorre, hubiera bajado la cabeza, y dejado caer los brazos con la ruda y austera poesía con que lo hizo aquel pobre paleto? ¡Ah!

Una cosa notable en Granada: en la plaza llamada del Campillo, dominada por el teatro, se ostenta un monumento consagrado á la memoria del Talma español, el ilustre Isidoro Máiquez, hijo de Granada, como el triple artista Alonso Cano y el poeta dramático Lope de Rueda.

Mars, la intérprete feliz de Molière y de Marivaux; la Monvel, las hermanas Sainval, el célebre Dugazón, maestro de Talma; el gracioso Brunet, el solemne Grammont, que murió decapitado; Tiercelin... y otros muchos. Y los autores festivos entonces más en boga: Dorvigny, Martainville, Aude...

De esta manera satisfacía mi deseo de actividad y la vanagloria del señor Sautriot. Mi amigo se hubiera desconsolado si yo lo hubiese engañado con un aviador, o con cualquier otro objeto de primera necesidad. Pero sentíase ufano de que lo engañase con el público. TALMA. ¡Exactísimo...! Ha definido usted la seducción que las mujeres de teatro ejercen sobre sus amantes ricos.

La comedia es una fuente de juventud. ¿Se llama usted Jessy Loudon? Ese es mi nombre de guerra... de guerra contra los hombres... Yo me llamo verdaderamente Josefina Branchu. TALMA. En lo sucesivo, hija mía, se llamará usted Rachel Mars. El nombre no es, por lo visto, moco de pavo. TALMA. Para una artista, el nombre es la cuarta parte del éxito. Ya sabe que me intereso mucho por usted.

TALMA. ¡Pues la envidio...! Usted ignora los atroces dolores que templan al artista. Yo, aquí donde usted me ve, estuve a punto de sucumbir a ellos. ¡Un poco más, y hubiera renunciado al teatro para entrar en la Compañía de Suez...! ¡La suerte quiso que fracasara en el examen! ¡Torné al arte sublime del comediante! Dios me había indicado mi camino y lo escuché. Entré en el Conservatorio.

Pertenece a esa fuerte raza de cómicos que, no habiendo podido triunfar en escena, abrazaron el estado de profesor y prosperaron en él enseñando las reglas de un arte que ellos no supieron aplicar nunca. Talma es un eterno galán joven, que tiene cuarenta y cinco años y representa cincuenta.

JESSY. ¡Comprendido...! Es el oficio que entra, como suele decirse... ¡Bah...! ¡Yo soy una buena muchacha...! Se dirige hacia el diván y se quita el corsé. ¡Ea...! Vamos a elevar nuestra alma... Talma no se lo hace repetir. Adivínase la continuación. Al cabo de unos cuantos minutos, Jessy se levanta tan tranquila como si acabara de cumplir una pequeña formalidad administrativa.

Fijo en las cartas que tenía en la mano, envuelto en su talma gris con la cruz roja en el pecho, iba creciendo por momentos ante los ojos turbados de la pobre Josefina. No comprendía que hubiese en el mundo nada más grande, más imponente y digno de respeto que aquel noble señor. De esta misma opinión participaba D. Pedro.

TALMA. ¡La señorita Daw es más que una discípula...! ¡Es una emanación de mi genio...! ¡Hágame el favor de sentarse, señorita Loudon...! ¡Y explíqueme lo que la trae por aquí...! ¡Estoy a su disposición...! Juega con un monóculo que le servía antiguamente en sus papeles de galán joven. JESSY. Se trata, maestro, de pedir a usted unas lecciones y...

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