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Actualizado: 21 de junio de 2025


Pero sobre esta pirámide funeraria, levantada a los Talma y a los Keen de la gran aldea, tres figuras se levantan: Lola, Diego y el Marqués, cantando el himno nacional antes de contar su candoroso poema de celos y de amor a una sala llena, en donde brillan las más lindas mujeres de aquellos días. ¡Pasad, oh sombras!

TALMA. ¡! ¡Total, veintiocho...! Si usted se presenta en el Conservatorio, pondremos en la hoja de admisión diez y nueve años. No proteste; se trata de una antigua costumbre administrativa. JESSY. ¡Pero protestará mi partida de nacimiento...!

Las obras desaparecieron; pero la efigie de los actores permanece. Jessy contempla a estos antepasados, mientras pasa su mano, distraída, por una banda de perlas, que vale cien mil francos. ¡Hermoso número...! Entra el maestro; es Anthime Talma, el comediante más notable de nuestra tercera República.

JESSY. ¡Claro que no lo soy...! ¡Comprenderá usted que salgo ya sin mi nodriza...! ¡Y que no he ganado estas perlas cosiendo a máquina...! TALMA. ¡Lo adivino! Usted es hija de un consejero de Estado arruinado por las especulaciones. JESSY. Yo soy hija de mis obras, de mis obras vivas. Mamá tiene un cuarto amueblado en Montparnasse...

Bordada sobre ella, del lado del corazón, había una gran cruz roja de la orden de Calatrava. El señor de Quiñones prescindía pocas veces de esta talma, que le daba aspecto un poco fantástico y teatral. Siempre había sido extravagante en el vestir. Su orgullo le impulsaba a buscar el modo de distinguirse del vulgo.

Palabra del Dia

rigoleto

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