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Actualizado: 24 de junio de 2025
El gentío se abalanzó sobre el vencedor que miraba en torno de él con ojos de idiota y se dejaba arrastrar inerte y sin fuerzas hacia una taberna próxima. Buscó el doctor á sus compañeros y no vió á ninguno. Habían desaparecido como evaporados por la derrota.
Y por la noche, cuando se retiraban con el azadón al hombro, no faltaba una buena alma que los llamase desde la puerta de la taberna de Copa. Los hacían entrar, los convidaban á beber y luego les iban hablando al oído con la cara ceñuda y el acento paternal y bondadoso, como quien aconseja á un niño que evite el peligro.
Ella recordaba muy bien el nombre de la calle donde vivía el tabernero con quien la criada se había casado. Sabía que la taberna estaba en la calle del Humilladero; pero ¿cómo iba á la tal calle? Resolvió preguntar á algún transeúnte, y si daba con la casa, allí pasaría la noche, aplazando todo lo demás para el siguiente día. Segura estaba de que Pascuala la recibiría con los brazos abiertos.
Cuando la veía engalanada de este modo, no se sentaba, sino que se dejaba caer estupefacto en un sillón desvencijado: ella entonces se ponía de media anqueta en uno de los brazos del butacón, y alzando una copa de Champaña, que compró en el Rastro, brindaba con pardillo de la taberna cercana: luego paladeaban a medias los incendiados sorbos, y de fijo que no gozaron la mitad que ellos los más venturosos amantes de la historia.
Batiste, escudriñando la taberna, se fijó en el dueño, hombrón despechugado, pero con una gorra de orejeras encasquetada en pleno estío sobre su rostro enorme, mofletudo, amoratado. Era el primer parroquiano de su establecimiento: jamás se acostaba satisfecho si no había bebido en sus tres comidas medio cántaro de vino.
Así que, después de descansar unos minutos en los bancos de una taberna, se encaminaron a la iglesia, donde les dijeron que iba a comenzar pronto la solemne misa cantada. Sus figuras, un poco raras, aunque científicas, no dejaban de llamar la atención en el pueblo, aunque estuviese éste tan próximo a Madrid.
La ciudad hervía en la agitación huraña de esos momentos. Poe entró en una taberna y bebió, bebió incesantemente en unión de un antiguo y fatal camarada que el azar le deparó.
Alguno he visto que se tragó la píldora enterita desde muchos días antes; pero es una esceción... Aquél era un hombre con un corazón más grande que el palacio de Buenavista. Como aquél no ha habido otro ni lo habrá: se fue al palo con la misma cachaza que se iba antes a la taberna. ¡Qué camelo dio al señor Gobernador y a los marranillos que andaban cerca de él!
El tío Manolillo hizo vomitar al cocinero de su majestad cuanto sabía acerca de la cita que el duque tenía aquella noche con doña Ana de Acuña. Al salir de la taberna, separáronse el cocinero mayor y el bufón, y este último se fué en busca de un alcalde de casa y corte. Conocidas de nuestros lectores estas noticias, entraremos de lleno en el asunto del presente capítulo.
«Bien puedes abrigarte» indicó Feliciana a su amiga; y Rubín vio el cielo abierto, porque pudo decir en tono de sentencia filosófica: Sí, está la noche fresquecita. Llévate el llavín... añadió Feliciana . Ya sabes que el sereno se llama Paco. Suele estar en la taberna. La otra no desplegaba sus labios. Parecía que estaba de muy mal humor.
Palabra del Dia
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