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La lámina de oro o salvoconducto de Babur les valió de mucho. ¿Cómo no habían de respetar en el Tibet, las encarecidas recomendaciones del sucesor de Tamerlán y de Kubilai-Kan, príncipe que había conquistado la China, que había reinado benéfica y gloriosamente en ella, y que por los consejos e insinuaciones de su privado Marco Polo, había fundado el poder temporal del Dalai-Lama como Constantino y Carlo Magno el de los pontífices de Roma?

Por aquí, si gusta; la habitación está caldeada y quizá podía perjudicarle. Inútil es decir que sólo una parte de este discurso fue perceptible para la sociedad y que el resto lo divulgó el señor Tibet, sintiendo en el alma que su repentina indisposición le privase de lo que la más excéntrica de las señoritas Jonnes, bautizó con el nombre «el ramillete final de la fiesta», y que voy a referir.

La proposición de don Adolfo Tibet, hecha en tono jocoso, de constituir una compañía en comandita, con el objeto de encontrar al extraviado joven, obtuvo, en principio, favorable acogida. Psicológicamente considerado, el carácter de el señor Tomás no era amable ni digno de atención.

Presentósele entónces un hombrecillo que era semi-mago, el qual le dixo: La grande obra se va á cumplir, y Zerdust ha vuelto á la tierra; por tanto os rogamos que nos ampareis contra el Gran Lama. ¿Con que contra el pontífice monarca, respondió Babuco, que reside en el Tibet? Contra ese mismo. ¿Pues qué? le hacéis guerra, y alistais contra él un exército?

El aviso además, que al Secretario de Estado dio Sankarachária por los medios mágicos de que disponía, y que dicho Secretario trasmitió a varios adeptos de los muchos que entonces tenían los mahatmas en el Tibet y en China, facilitó el largo y peligroso tránsito de Morsamor por todos aquellos países, inexplorados hasta entonces por los europeos.

En efecto, el señor Tibet, dotado por naturaleza de ingenioso humorismo y excitado además por los brillantes ojos de las muchachas Jonnes, se portó de una manera tal, que atrajo las serias miradas de don Carlos Tomás, quien se le acercó, diciendo casi al oído: Parece que se siente usted malo, señor Tibet; permítame que le conduzca a su carruaje.

Esta figura desquiciada y pintoresca confieso que me es simpática y que la vería con gusto otra vez en el rincón del café de artistas. Pero Fantomas es el hombre nube, el hombre pájaro, que no vuelve a posarse en el mismo sitio. No me extrañaría recibir una carta suya diciéndome que se ha hecho mago del Tíbet o que está dirigiendo una academia de baile flamenco entre los pieles rojas.

Con la fuerza plasmante que tenían en su forma etérea se condimentaron o confeccionaron cuerpos sólidos más perfectos, y de esta suerte creía el sabio viejo, cuyas ideas extractamos, que apareció la raza blanca en el mundo. En una fértil y bonita comarca del Tibet, vivió y se propagó, bajo la dependencia del ya citado Emperador de la China, a quien sus súbditos llamaban Iao y Padre Celeste.