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Actualizado: 7 de julio de 2025


Y él sonreía con más socarronería que nunca. «Buen chasco se había llevado la señora; si ella supiera...» pensaba él fumando su pipa. Pero es claro que jamás dijo a doña Paula el secreto de aquella noche en que hubo sorpresas muy diferentes de las que suponía la señora.

¿Y qué dices de nuestra Olguita? preguntó Marta, tomándome por la mano con ademán maternal. ¿Te gusta? Ahora un poco más dijo examinándome. Antes me pareció demasiado enseñorada. Sin embargo, no podía saltarte al cuello en seguida repliqué. ¿Y por qué no? repuso con una sonrisa. ¿Crees que no habría habido bastante lugar para ti? No dije, para que supiera de una vez cómo había que tratarme.

.... Algo tenía que decirle a su tío; pero le turbaban tanto los ojos interrogantes de éste, la calma con que esperaba su respuesta, que se le embrollaban sus pensamientos y no sabía cómo empezar. Es cuestión de la mamá.... ¡Si usted supiera, tío...! Está en situación muy apurada.

¡Bicoca!... ¡Oh!, señor marino, ¿y quién le dice a usted que yo sería tan torpe que moviera ese buque por medio del viento? Usted no me conoce. Si supiera usted que tengo aquí una idea... Pero no quiero explicársela a ustedes, porque no me entenderían». Al llegar a este punto de su charla, D. José María dio tal tumbo que se quedó en cuatro pies. Pero ni por esas cerró el pico.

Era don Cayetano un viejecillo de setenta y seis años, vivaracho, alegre, flaco, seco, de color de cuero viejo, arrugado como un pergamino al fuego, y el conjunto de su personilla recordaba, sin que se supiera a punto fijo por qué, la silueta de un buitre de tamaño natural; aunque, según otros, más se parecía a una urraca, o a un tordo encogido y despeluznado.

Y para que una cosa pareciera tal, bastaba que se repitiera periódica o accidentalmente, como las visitas del buhonero o del afilador. Nadie sabía dónde vivían aquellos hombres errantes, ni de quién descendían; y, ¿cómo podría decirse quiénes eran, a menos de conocer a alguien que supiera quiénes eran su padre y su madre?

La vida lo ha querido así: ¡que nuestras almas, que estos cuatro seres se hayan encontrado para sufrir un dolor inefable, y que ninguno supiera lo que el otro sufría, o lo supiera siempre demasiado tarde!

Lo peor sería que rompiese a llorar la niña... Pero en último caso... ¿qué podía suceder? ¿Qué se supiera todo? Pues no le faltarían casas... Cuando sus amos volvieron, la oyeron cantar desde la escalera: ¿Quién sería la madre que parió a Judas? ¡Qué hijos tan indinos paren algunas!

Espere usted que me haya convertido en cangreo, y entonces bajarémos juntos. No, señor; no, señor; exclamaba con mucha prisa, como si la ocasion se le escapara de las manos, y sin soltar mis hombros. Es necesario probar la máquina. ¿Qué se diria de nosotros en Madrid, cuando se supiera que no habiamos bajado por miedo? Déjeme usted por el amor de Dios, le contestaba yo sonriendo.

Ya pareció el peine me interrumpió con cierto despecho; ¡como si hasta que ustedes vinieron al mundo no supiera el hombre lo que era dignidad! No se ofenda usted, don Pelegrín, y óigame con calma.

Palabra del Dia

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