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Actualizado: 13 de junio de 2025


Volvió a mirarla con más sorpresa aún, y, alzando los hombros, dijo: Como quieras. ¡Cosa grave debe de ser! Mientras subían la escalera, Clementina imaginaba que su amiga iba a hablarle de Pepe Castro, de sus amores. Y como en realidad el asunto no le interesaba como antes, marchaba con cierta indiferencia no exenta de aburrimiento.

Únicamente al notar la impaciencia del gentleman, y con el deseo de serle útil, me he atrevido á faltar á mi promesa. Le suplico que no cuente nunca al profesor que me ha visto sin velos. Iba á hablarle Gillespie, cuando llegaron á sus oídos los gritos de un grupo de pigmeos que se agitaba junto á sus pies, mientras otros subían ya por la escala de madera hasta una de sus rodillas.

El carácter del hijo del brigadier nunca pudo modificarse, ni por las buenas ni por las malas; últimamente ya se había renunciado a corregirle y se le castigaba únicamente cuando las travesuras subían de punto.

Y sonrieron los dos viendo ascender por los peldaños algunos pies de masculina dimensión, a pesar de que asomaban bajo una corola de faldas recogidas. Tras ellos subían enormes zapatos de hombre, embetunados y de fuerte morro, que dejaban en la alfombra una huella de pesadez.

Al ver a Maltrana le dirigió una sonrisa de resignación, señalando al mismo tiempo con los ojos el término de la escalera, los salones, hacia los cuales marchaba siguiendo el fru-fru majestuoso de las faldas. Algunos pasajeros alemanes, vestidos de blanco con descuido matinal, subían a la cubierta de paseo y miraban un instante por las ventanas de los salones.

La pluma, divagando por la bóveda del salón sintió que desde la mesa subían á acariciar sus sentidos los dulces vapores de la mesa, y se embriagaba con la fragancia de los vinos, escanciados sin cesar en copas de oro.

Sólo un polvoroso haz de sol entraba por alguna rendija, estampando en el tapiz un óvalo ardiente que parecía chamuscar el tejido. Infinitos corpúsculos subían y bajaban como átomos de silencio. Acababa de sonar el toque de la una. Afuera el sol quema, el muro se cuece.

¡Ese que es feliz! murmuró Plácido suspirando y mirando hácia el grupo que se convertía en vaporosas siluetas donde se distinguían muy bien los brazos de Juanito que subían y bajaban como aspas de un molino. ¡Solo sirve para eso! murmuraba á su vez Simoun; ¡buena está la juventud! ¿A quién aludían Plácido y Simoun?

De tarde en tarde subía el zanjón y los caminantes subían con él. Bastaba un pequeño esfuerzo para ver por encima de los montones de tierra. Pero lo que veían eran campos incultos, alambrados con postes en cruz, el mismo aspecto de llanura que descansa, falta de habitantes.

Por fin, al cabo de una hora, comenzaron a notarse en la falda de Monte-Dalarza puntos negros e inquietos que semejaban hormiguero turbado: eran voluntarios carlistas que, viendo destruidas las trincheras bajas, subían apresuradamente a refugiarse en las altas.

Palabra del Dia

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