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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Sé que entré, sé que caí en la cama, sé que dormí, y ahora me encuentro con esta impresión espantosa en mi cerebro. ¿Es verdad que les he visto, al infame y a ella, o lo he soñado? Que yo he tenido un sopor breve y profundo, es indudable... Pues ya voy creyendo que ha sido sueño... Sí; sueño ha sido... Aurora es honrada.
Madrugo. El baño me fortifica y me alegra el espíritu. Tendida en la pila, con la mano en el grifo, dejo que el agua tibia me enerve, y la fantasía como en sopor se detiene en imágenes plásticas tranquilas y suaves. Después tiemblo dentro de la sábana y vuelvo gozosa al calor de mi cuerpo, contenta de la vida que siento circular por mis venas.
Dormitaba él un poco, y después, asombrado del silencio y largo sopor de Lucía, levantábase, receloso de que la hubiese sobrecogido un síncope. Iba a ella, inclinándose, y otra vez tornaba a su rincón, habiendo percibido el ritmo acompasado del pacífico respirar de la niña. Difusa y pálida claridad comenzaba a tenderse sobre el paisaje.
Reyes aquella tarde velaba el sueño de Serafina, que yacía allí cerca, en la alcoba, víctima de un agudísimo dolor de muelas que, al aplacarse a ratos, la dejaba sumirse en tranquilo sopor, aunque algo febril, no desagradable. Reyes velaba.
Maltrana se dejó caer en uno de los varios sillones que ostentaban el rótulo de «Doctor Zurita y familia», y allí quedó en agradable sopor, sin saber ciertamente si estaba dormido o despierto.
Sólo quedaban en la aldea los hombres útiles, que hacían fuego al amparo de los escombros. Una parte de ellos emprendió á su vez la retirada. De pronto, el capitán sufrió la angustia de un mal recuerdo. ¡Los heridos! ¿Qué hacer de ellos?... En un granero de techo agujereado, tendidos en la paja, había más de cincuenta cuerpos humanos sumidos en doloroso sopor ó revolviéndose entre lamentos.
En la semioscuridad entreveía aquella faz pálida y demacrada, con una expresión de sufrimiento que alteraba, hasta hacerla desconocida, su amada fisonomía. El señor Aubry no salía de un profundo sopor, y María Teresa pasó las lentas horas del día velando aquella somnolencia. Al empezar la noche, se agitó, y pidió con insistencia que llamaran a Juan.
Aventuróse á bajar sin ser visto de su tío, recorrió lleno de zozobra y ansiedad el pasillo; pero nada consiguió. Todo estaba cerrado y en silencio, y sin duda los habitantes de la casa estaban sumergidos en el agradable sopor de la siesta ó en el letargo espiritual de la contemplación religiosa.
Los dichosos, los ahítos, descansaban tranquilos al calor de una civilización cuyas ventajas eran los únicos en monopolizar. La caravana de los felices no quería ir más allá, creyendo haber visto bastante. Dormían en torno de la hoguera, acariciados por su tibio aliento, con el voluptuoso sopor de una digestión copiosa.
El herido, escuchando esto, persistía en su optimismo. «No es nada; no es nada.» Y otra vez volvía a sumergirse dulcemente en el brumoso mar del sopor, un mar inmenso, terso, pesado, en el que se hundían visiones y sensaciones sin ondulación ni huellas. Desde este instante Febrer perdió la noción del tiempo y de la realidad.
Palabra del Dia
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