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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Las ceremonias públicas, tales como la instalación de magistrados, y cuanto pudiera agregar majestad al modo con que un nuevo gobernador se presentaba al pueblo, se distinguían por un ceremonial imponente y una sombría pero estudiada magnificencia.
La pobre joven estaba sentada en una silla, replegada, sombría, inmóvil, con la mirada fija, sufriendo de una manera visible, aterradora. Hubiera podido ver al bufón á no estar tan abstraída, pero no le vió.
Aquel templo parece una inmensa tumba de piedra, desnuda, negra, sombría como un castillo feudal. La pequeña iglesia de Ainay, antigua abadía, llama la atencion de todos los viajeros, no por el mérito que tenga como obra de arquitectura, sino porque es una curiosidad histórica muy particular.
No propuso la comparecencia de nuevos delincuentes, pero hizo repetidas veces la grave declaración de que eran todos, ¡todos! unos necios y unos antipáticos. Pasada aquella nube sombría, volvió el regocijo a la mesa. Visita comía con apetito, pero no le imposibilitaba de charlar y reír prodigiosamente. Su marido la ayudaba lindamente en todo ello.
»No tenía, por mi parte, otra satisfacción que la de ver a mi maestro de música, un hábil organista, un napolitano de unos cincuenta años de edad, cuyo entusiasmo, cuyos gestos, y sobre todo, cuya peluca me hacían reír; éstos eran los únicos momentos que tenía de distracción en tan sombría morada.
Imaginémonos el espacio puro, sin ninguna de estas representaciones, sin dejarle siquiera esa vaguedad sombría que fingimos en las regiones de mas allá del universo; ¿qué nos resta?
Después, en medio de aquella colina, cuya pendiente es casi insensible, se ven los edificios consagrados a San Juan. Aquí la iglesia gótica, con sus arcos y sus ojivas, sus altas y delgadas columnas, sus frontones esculpidos como un encaje, contrasta singularmente con el pesado campanario de plomo que eleva su techumbre gris y sombría por encima del obscuro verdor de los abetos y alerces.
Un mes después de mi memorable aventura había perdido todas mis esperanzas, toda mi tranquilidad y con ayuda del hastío llegué a una sombría tristeza. Entonces fue cuando el cura se indispuso con mi tía y cuando ésta le echó de casa. Sentada bajo la ventana del jardín, pude escuchar la siguiente conversación: Señora dijo el cura, vengo a hablaros de Reina. ¿Sobre? La niña se aburre, señora.
Voy á decirlo, sin temor de que muchos se escandalicen: este San Sulpicio, con sus ventanas, sus columnas, sus torreones y sus veletas, que parecen aspas de un molino de viento; este San Sulpicio, con su gran pórtico; su nave extensa, desnuda, callada, sombría; su coro aislado; su majestuoso altar mayor; su oculta capilla de la Vírgen, iluminada por una luz confusa, indecisa, misteriosa, y sus enormes conchas venecianas que sirven de pilas; este San Sulpicio, vuelvo á decir, es más iglesia, más templo cristiano, que la Magdalena y el Panteon.
Tenía entonces catorce años y era ya un portento de hermosura, mezcla dichosa del tipo inglés correcto y delicado y de la belleza severa de la mujer valenciana. Su tez guardaba los reflejos suaves, nacarados de la raza sajona. En su mirada azul y sombría había la misma profundidad y misterio que en los ojos negros de las valencianas.
Palabra del Dia
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