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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Nunca el señor Desnoyers había marchado tan satisfecho por las calles de París como al lado de este mocetón con su capote de gloriosa vejez y el pecho realzado por dos condecoraciones: la Cruz de Guerra y la Medalla Militar. Era un héroe, y este héroe era su hijo. Las miradas simpáticas del público en los tranvías y en el ferrocarril subterráneo las aceptaba como un homenaje para ambos.

Hacer el bien sin molestarse, es una de las formas más simpáticas del egoísmo. La salvación del duque no era, sin embargo, cosa fácil. El barón no la habría logrado jamás sin un auxilio poderoso, la vanidad, que aun sobrenadaba un poco en aquel triste naufragio de todas las virtudes aristocráticas; el señor de Sanglié le asió por ella como se coge por los cabellos al hombre que se ahoga.

Unas le parecían tontas, coquetas, feas, sin gracia; otras, aunque bellas, superficiales y vanas; algunas, buenas muchachas, pero de «mala rama», como decía la enferma, esto es, de familias desconceptuadas e incorrectas; cuales simpáticas, pero de mala educación; cuales bien educaditas, pero vanidosas y muy pagadas de su letra menuda. ¡La educación! decía ¡la educación antes que nada!

Pasaban las señoritas formando grupos, lo mismo que en las plazas de las pequeñas ciudades alrededor del kiosco de los conciertos; pero les faltaba en este continuo girar el encuentro con los jóvenes, el acompañamiento de un amigo, miradas curiosas y simpáticas que las persiguiesen. Sólo quedaban ellas en la cubierta.

El nuevo monarca era joven y guapo, y una vez teniéndole ella a su alcance en el puesto de camarera, parecíale fácil amalgamar en poco tiempo, en misma, dos personalidades históricas que le eran muy simpáticas: mademoiselle de La Vallière y la princesa de los Ursinos.

Mas de trescientos paisanos de uno y otro sexo desfilaron por delante de nosotros, por pares ó en pequeños grupos. Los hombres, en lo general de talla mas que mediana, delgados y bien musculados, eran notables por el mirar franco de sus ojos azules, sus fisonomías rudas pero sencillas, abiertas y simpáticas, y el andar lento y seguro.

Si usted se empeña en que le descubra cuánto uno tiene en el corazón... francamente, aunque las señoritas son cada una de por muy simpáticas, yo, puesto a escoger, no lo niego..., me quedaría con la señorita Marcelina. ¡Hombre! Es algo bizca... y flaca.... Sólo tiene buen pelo y buen genio. Señorito, es una alhaja. Será como las demás. Es como ella sola.

Y le cogió el rostro a la niña y le dió un beso en cada mejilla, diciéndole al mismo tiempo: He tenido una gran suerte en conocerla. Hacen falta en mi salón niñas lindas y simpáticas. Y cada vez más alegre, sin saber por qué, se despidió y siguió adelante diciéndose: "¿Que diablo de interés tendrá Pinedo en convertir en santo a ese perdido de Alcántara?"

No creo que sea muy grave preferir la compañía de las personas que nos son simpáticas. Posiblemente esas personas que son simpáticas no obtienen ese resultado sino gracias al mérito de sus sastres. Tranquilícese usted respondió la joven, que tomó el partido de convertir en broma los reproches de Juan; me ocupo muy poco de tal asunto.

Fui a ver a Jorge Federly en la embajada, comimos juntos en Durand y después nos fuimos a la Opera; tras una ligera cena nos presentamos en casa de Beltrán, poeta de alguna reputación y corresponsal de La Crítica, de Londres. Ocupaba un piso muy cómodo, y hallamos allí algunos amigos suyos, personas muy simpáticas todas, con quienes pasamos el rato agradablemente, fumando y conversando.

Palabra del Dia

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