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Actualizado: 9 de julio de 2025
Cuando se mudaba de cuarto, esta supremacía domiciliaria iba con ella a donde quiera que fuese. Si algo desairado o ridículo le ocurría, lo guardaba en secreto; pero si era cosa lisonjera, la publicaba poco menos que con repiques. Por esto cuando se corrió entre las familias amigas que el sietemesino se quería casar con una tarasca, no sabía la de los Pavos cómo arreglarse para quedar bien.
No estaba él para templar gaitas: los nervios le eran antipáticos; estas penas sin causa conocida no le inspiraban compasión, le irritaban, le parecían mimos de enfermo; él quería mucho a su mujer, pero a los nervios los aborrecía.... Además en el teatro había tenido una discusión acalorada: un majadero, un sietemesino que estudiaba en Madrid, había dicho que el teatro de Lope y de Calderón no debía imitarse en nuestros días, que en las tablas era poco natural el verso, que para los dramas de la época era mejor la prosa. ¡Imbécil! ¡que el verso es poco natural! ¡Cuando lo natural sería que todos, sin distinción de clases, al vernos ultrajados prorrumpiéramos en quintillas sonoras!
Jamás le he echado paja ni cebada al señor Lardizábal. Hombre, defendamos la soberanía de la nación. Si no tiene más enemigos que Lardizábal... Sopla, y vivo te lo doy... Mañana saldrá bueno nuestro <i>Duende</i>. Cuando sea diputado dijo uno que por lo enteco parecía sietemesino pediré que todos los frailes que hay en España sean destinados a dar vueltas a las norias para sacar agua.
Ponía singular atención doña Lupe a la voz del sietemesino, y se hubiera alegrado de oír algo estupendo, categórico y que se saliera de lo común; pero no podía distinguir bien los conceptos, porque la voz de Maxi era muy apagada y parecía salir de la cavidad de una botella.
En aquella época, bueno será que le advierta, que me complacía en andar muy lechuguino o sietemesino, como ustedes dicen ahora, cosa que tenía siempre escamada a mi pobre mujer. ¿Para qué te compones tanto, hombre de Dios? ¿Vas de conquista? ¡Quién sabe! contestaba riendo y dejándola un poco enojada. No es malo tener a las mujeres un si es no es celosas.
Buenas tardes, señores dijo Ronzal sentándose en el corro. Dejó los guantes sobre la mesa, pidió café y se puso a mirar de hito en hito a Joaquín, que hubiera querido hacerse invisible. ¿De quién se murmura, pollo? preguntó el diputado dando una palmada en el muslo no muy lucido del sietemesino. Para piernas, Ronzal.
¡Qué ideas tan extrañas! Sigue, sigue por donde te arrastra tu naturaleza de sietemesino y no te metas en honduras. Ya comprenderás que te he hablado en broma. Así y todo me has confirmado en lo que ya pensaba. Pues si tienes formada esa idea tan pobre de mi cariño, no sé por qué razón me quieres expresó el joven volviendo a amoscarse.
Traje de mañana de un gris humo suave y exquisito, hongo de finísimo castor, una flor de gardenia en el ojal, guantes de gamuza flamantitos, tal era el atavío del indiscreto que así registraba el salón de Damas. Advertíase en su tipo mezcla singular de debilidad y fuerza, cuerpo de sietemesino y músculos de Hércules.
Este mérito grande no se le podía negar. Lo que dijo del garbanzo que tenía el valor de una perla, es muy cierto. Pero no lo es que hubiese practicado la usura por el solo interés de dar carrera al sietemesino. Esto se lo decía ella a sí propia en sus soliloquios; pero era uno de esos sofismas con que quiere cohonestarse y ennoblecerse el egoísmo humano.
¡Fuera el chulo sietemesino! ¡Que baile! contestaron desde arriba. ¿Se dirige V. a mí? dijo uno levantándose con arrogancia. Me dirijo al que haya sido. Pues nos veremos las caras al salir. Se la veré a usted para escupírsela contestó Enrique encolerizado. ¡Fuera, fuera! ¡Que se siente ese babieca! gritaron desde arriba. No tuvo más remedio que hacerlo.
Palabra del Dia
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