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Actualizado: 1 de julio de 2025
En ocasiones se les figuraba a las apasionadas de don Fermín que el imprudente contaba desde el púlpito lo que ellas le habían dicho en el confesonario. También en el tribunal de la penitencia había derrotado el Provisor al Obispo. Cuando Camoirán llegó a Vetusta, se vio acosado por el bello sexo de todas las clases: todas querían al Obispo por padre espiritual.
Don Carlos no tenía más amistad que la de unos cuantos hongos, filosofastros y conspiradores; estos caballeros debían de estar solos en el mundo; si tenían hijos y mujer, no los presentaban ni hablaban de ellos nunca. Anita no tenía amigas. Además don Carlos la trataba como si fuese ella el arte, como si no tuviera sexo. Era aquella una educación neutra.
Era un impulso irresistible de vengarse de la acometividad y los caprichos de la otra en personas de su mismo sexo. Había momentos en que le era necesario confiar sus tristezas al Nacional, con ese impulso irresistible de confesión de todos los que llevan en el pensamiento un peso excesivo. Además, el banderillero le inspiraba, lejos de Sevilla, un afecto mayor, una ternura refleja.
Altos los dos, Lucía, más de lo que sentaba a sus años y sexo, Juan, de aquella elevada estatura, realzada por las proporciones de las formas, que en sí misma lleva algo de espíritu, y parece dispuesta por la naturaleza al heroísmo y al triunfo.
En ningún capítulo de los Apuntes que me sirven de guía en este relato hay mayores despilfarros inútiles de tiempo y de imaginación, que en el que la redactora da cuenta del viaje proyectado algunos renglones más atrás. Es, en su mayor parte, un verdadero artículo de Revista, escrito, por una observadora tan impresionable como inexperta, a través de sus debilidades de sexo y de sus preocupaciones demasiado subjetivas.
Pues tiene mucha razón. ¡Cómo no ha de pesar menos mi cabeza que la de ese fenómeno! ¡Tendría que ver! D. Pantaleón sonrió lleno de lástima, y con la flexibilidad peculiar de los grandes hombres se apresuró a llevar la conversación a otro asunto más adecuado a la capacidad craneana del sexo femenino. Toda la vida había sido un hombre excesivamente sensible.
El día en que «unos señores» dijeron a Amparo que era bonita, tuvo la andariega chiquilla conciencia de su sexo: hasta entonces había sido un muchacho con sayas.
Fué tanta la rabia y corage de los Catalanes, que dice Nicephoro, y concuerda con él Pachimerio, aunque Montaner lo calla, que mataron á todos los vecinos de Galípoli, no perdonando á sexo ni edad, y Pachimerio encarece mas la inhumanidad del caso diciendo; que hasta los niños empalaban: fiereza y maldad abominable si fué verdad, aunque se puede dudar por ser Griega y enemigo este Autor.
La admiración que sentía por su padre y cierta solidaridad con los ejemplares fuertes de su sexo le hicieron tener en poco estos llantos. ¡Cosas de mujeres! Su madre no sabía ser la esposa de un varón extraordinario como el capitán Ferragut. El, que era todo un hombre á pesar de sus pocos años, iba á intervenir en el asunto para poner en claro la verdad.
Bueno; he tenido muchos hombres. ¿Y tú? ¿Crees que no conozco tus vagabundeos por el planeta en busca de mujeres inéditas y sensaciones nuevas?... Los dos hemos hecho lo mismo; sólo que yo no he necesitado correr tanto mundo para saber lo mismo que tú sabes... Y no tendrás la pretensión de imaginarte, como ciertos hombres, que nuestros casos no son exactamente comparables por pertenecer yo á otro sexo.
Palabra del Dia
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