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Actualizado: 10 de junio de 2025


No me haría falta más que un poco de amor y tenerla a usted a mi lado para inspirarme buenos sentimientos. El espíritu de Clementina, gratamente impresionado por la niñería de la calle de Serrano, por aquella inocente aventura de colegiala, se inclinaba a los sentimientos idílicos. La buena D.ª Carmen la escuchaba y la animaba con sonrisa cariñosa.

A los pocos pasos encontré a Urbano González Serrano, conocido seguramente de todos mis lectores, y le invité a venir conmigo, lo que aceptó con gusto.

Extendíase esta frente a ella, solitaria por completo, subiendo en suave declive hasta la de Serrano, y veíanse cruzar a través, con cierto aspecto fantástico, como por el cristal de una linterna mágica, transeúntes que el frío hacía marchar apresurados, coches que llevaban máscaras a los bailes, y de cuando en cuando, los tranvías que subían y bajaban con sordo ruido, pareciendo a lo lejos monstruosos faroles ambulantes.

Llegaron días en que don Alonso Blázquez Serrano creyó sentir el acecho de las peores especies demoníacas descritas por los teólogos. Su ánima brioso y brillante se hundió, sin remedio, en las más obscuras regiones de la melancolía. Un pavor enfermizo le agitaba continuamente.

Lita llevaba la cabeza envuelta en una esponjada toquilla de color azul celeste, que realzaba la frescura de su linda cara sonrosadita por la crudeza del aire serrano, y todo el cuerpo gentil arrebujado en un chal de lana gris, de mucho abrigo.

D. Francisco Sanchez de Feria en su obra inédita Descripcion moderna y antigua de Córdoba, que hemos citado otras veces, dice solamente que era propia del vínculo que poseía en su tiempo D. Manuel Serrano de Rivas, abogado de los Reales Consejos. Véase pág. 225. Nada dice de esta restauracion el minucioso Bravo en su Catálogo de los obispos, etc.

Cuando Blázquez Serrano se halló de nuevo a solas, en su coche, camino de Avila, el fuego de la honra comenzó a encenderle la sangre. Ya no quería seguir meditando en la enormidad del ultraje recibido, buscaba sólo la forma de la venganza.

El encerramiento destos Capitanes y el ausencia de D. Alvaro desanimó mucho la gente, viendo que los enemigos podían entrar por las baterías, y dijo el Alférez Serrano, que tenía cargo del artillería á estos Capitanes, que por qué no se iban á la batería con sus soldados. Respondióle Juan Pérez de Vargas que fuese él.

Primeramente abandonó el barrio para meterse a servir en una casa grande. ¡Servir, cuando su madre tenía una industria honrada y un pedazo de pan!... Todos los comerciantes de Tetuán iban tras de ella; y no eran pelambres de los que entran en Madrid con el saco al hombro y recogen la basura de casas de poco más o menos, sino negociantes de carro y burro, que se plantaban como unos señores ante las verjas de los hoteles de la Castellana o subían a los mejores pisos de la calle de Serrano.

Zalamero y yo salíamos y entrábamos a turno para llevar noticias a una casa de la calle de la Greda, donde estaban Serrano, Topete y otros. 'Mi general, no se entienden. Aquello es una balsa de aceite... hirviendo. Tumban a Castelar. En fin, se ha de ver ahora'. 'Vuelva usted allá. ¿Habrá votación?. 'Creo que '. 'Tráiganos usted el resultado'».

Palabra del Dia

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