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Bendigo mis errores, de cuyas tinieblas saqué la luz de mi experiencia y la certeza del destino que tenemos las plumas. Llévame, amigo, llévame por ahí, pronto, que hay mucho que ver y mucho que estudiarCorrieron, volaron, y la pluma no se cansaba de sus observaciones especulativas.

Para no parecerle a Julio una "tocada", saqué el diario y fui a guardarlo en el cajoncito. "Pero Carmen se viene detrás mío a las calladas, me lo arrebata, sale corriendo y desde el vestíbulo se pone a llamar a gritos: "¡Julio! ¡Julio! ¡El diario de Laura! ¡Venga!"

Lo saqué con las puntas de los dedos y lo estuve mirando. Me daba tanto asco como si me lo hubiera encontrado en la sopa. No chisté. Otra noche dijiste en sueños palabras de las que se dicen cuando un hombre se pega con otro. Yo me asusté. Fue aquella noche que entraste muy nervioso y con un dolor en el brazo. Tuve que ponerte árnica.

El interpretar á cada paso el oculto sentido de los sucesos que se narran y desentrañar su significación es insoportable y choca con los principios fundamentales del arte. En la novela no es el autor quien debe hablar, sino los hechos y los caracteres, y si alguna filosofía se desprende de ella, que el lector la saque por mismo.

Con los ojos fijos en el cielo raso, me pedía de cuando en cuando de beber; parecía no haber recuperado sus sentidos todavía. Pero yo saqué en secreto la carta de mi bolsillo y leí lo que transcribo aquí literalmente, pues he conservado cuidadosamente ese monumento del amor de una madre y de una hermana: «¡Mi hermano muy querido, mi muy querida cuñada!

-Por esa trova -dijo Sancho- no se puede saber nada, si ya no es que por ese hilo que está ahí se saque el ovillo de todo. ¿Qué hilo está aquí? -dijo don Quijote. -Paréceme -dijo Sancho- que vuestra merced nombró ahí hilo.

Yo no había pensado en reclamar tal cosa, no habiendo hallado mención alguna de ella en los contratos anteriores, redactados por mi hábil predecesor, y que me servían de modelo. No saqué por el momento ninguna conclusión de esta circunstancia, pero cuando fuí á entregar á la señora de Laroque este don de fausto advenimiento, su sorpresa me asombró. ¿Qué significa esto? me dijo.

Y metiendo la mano en el bolsillo saqué cinco pesos de la antigua moneda y le di.

¿No lo decía yo -dijo Sancho-, que no se me podía asentar que todo lo que vuesa merced, señor mío, ha dicho de los acontecimientos de la cueva era verdad, ni aun la mitad? -Los sucesos lo dirán, Sancho -respondió don Quijote-; que el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no las saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra.

Subió al principal, y de puerta en puerta exhortaba a los grupos de mujeres que allí estaban peinándose. «A las doce... que no vea yo aquí estos corrillos, ¿estamos? Y barrerme bien todo el corredor. La que tenga velas que las saque; la que tenga flores o tiestos bonitos que los lleve allá... Y todos estos pingajos que aquí veo colgados, están ahora demás».