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Actualizado: 27 de mayo de 2025
No quiso esperar más tiempo; salió y dirigióse á la inquisición de la calle de Belén. Las ocho serían cuando entró en casa de las nobilísimas damas. Paz y Salomé no estaban allí, porque habían salido á buscar casa.
Sigamos. Un profundo y lejano suspiro anunció la admiración de doña Paulita. Sí, he venido aquí á ver si ustedes consienten ... continuó el abate. El retablo que en la persona de Paz hacía veces de rostro, se puso de color de remolacha, y los ojos de Salomé miraron al cielo, no sabemos si por un movimiento natural ó por una calculada combinación de ademanes.
Salomé miró con angustiosa calma las colgaduras remendadas y raídas, los muebles desvencijados y rotos. Doña Paulita dió un suspiro místico, y continuó en silencio. Coletilla, cuando emitió tan gran pensamiento, se levantó y se fué, después de saludar á las damas y hablar algo en voz baja con la más vieja de las tres.
Salomé profesaba mucho cariño á aquella prenda, porque le parecía que al ceñirla á su muñeca llevaba consigo un amuleto de perpetua juventud. Se te va á caer le dijo su tía, viendo cómo se balanceaba la prenda sobre el antepecho del balcón. No se cae dijo Salomé, que gustaba mucho de lucir en las grandes solemnidades aquel mueble hereditario, y creía que desde la calle hacía un efecto magnífico.
Adiós, señor don Elías dijo Salomé, hecha un veneno porque el realista no se arrodilló á sus plantas como esperaba. Adiós, señor don Elías repitió Paz, viendo que su lagrimita no ablandaba el duro corazón del antiguo mayordomo. Pero vengan ustedes acá, señoras.... Las dos volvieron rápidamente. Yo estoy confuso; no sé por qué toman ustedes ese tono.
La unción de Paulita se comunicaba á las otras dos, y la misantropía amarga de Salomé se repetía igualmente en las demás. La alegría, el dolor, las alteraciones de la pasión y del sentimiento no se conocían en aquella región del fastidio. La unidad de aquella trinidad era un misterio.
El ha de aprobarlo; y sobre todo, aunque no lo apruebe. ¿Pues no se ha atrevido á decirnos esta mañana que su sobrino se enmendará? ¡Si está una viendo unos horrores! ... ¡Qué siglo, qué costumbres! ¡Hasta él...! Haz lo que quieras, Paz dijo Salomé, afectando mansedumbre y cierta postración, que ella creía sentaba muy bien en su nervioso cuerpo.
¡Qué horror! ¿Y usted pregunta dónde está? ¡La hemos arrojado, la hemos echado! dijo Paz, con expresión de venganzasatisfecha. ¿Habíamos de consentir aquí semejante monstruo? ¡Qué degradación! ¡Y en esta casa! exclamó Salomé, poniéndose ambas manos sobre la cara. Señor, ¿qué expiación es esta? ¿Qué pecado hemos cometido? ¿Y dónde está? ¿Que dónde está? ¿Qué sé yo? La hemos arrojado.
No llores, niña dijo Salomé: esos sentimientos que manifiestas por tu bienhechor son saludables; pero ¿de qué valen esas lágrimas tardías, después de haber abusado de su bondad, poniendo en peligro la dignidad de su casa? ¡Yo, señora! exclamó Clara con asombro. Sí, usted afirmó doña Paz; pero la juventud está desmoralizada: no me admira. Esperamos, sin embargo, que usted se corrija.
Salomé se colgó en la muñeca de la mano izquierda un ridículo, donde puso, además de sus espejuelos, un frasquito de esencia y otras baratijas. ¿Y dejamos aquí á ese joven? dijo Paz, mirando á su hermana con estupor. ¿Cómo? No es posible contestó la del ridículo con espanto. Si queda Clarita en casa.... ¡Qué horror! Hay que llevar con nosotras á ese joven.... Pero ¿qué dirán?...
Palabra del Dia
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