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Melchor lo comprendió y cuando se disponía a insinuarse en el lenguaje agresivo y mudo de una pasión fingida llamó su atención, y la de todos, el viejo Montero, que alzándose a la distancia le gritó: ¡Don Melchor!... y no lo tome a mal: a la «salú» de su futura, la niña Clota, que nos dice Hipólito...

¡Aquí estoy, hombre! respondió el Cura . ¡Cuidado que es tema!... Pues mira, con esas prisas en mejor salú, no las tuvieras ahora... ¡Eso es! refunfuñó mi tío . Para consuelo de mis ajogos, tíñeme y vociférame, ¡pispajo!

Y visto por él el sitio do á él mejor le paresció que la casa debia de ser edificada, mandó que allí fuese traido un cordel, y siéndole traido, levantáronse del lugar do estaban él y los suyos, y siendo ya en el sitio do habia de ser la casa edificada, él mismo por sus manos con el cordel midió y trazó la Casa del Sol; y habiéndola trazado, partió de allí con los suyos y fué á un pueblo que dicen Salu , que es casi cinco leguas de esta ciudad, ques do se sacan las canteras, y midió las piedras para el edificio desta casa, y ansí medidas, de los pueblos comarcanos pusieron las piedras que les fué señaladas y las que fueron bastantes para el edificio desta casa; y juntamente con esto, trujeron todo lo demás que para el edificio desta era necesario; y siendo ya allí, pusieron por obra el edificio della, bien ansí como Inca Yupanqui la habia trazado y imaginado.

Debo advertir que este es el tratamiento que se da, entre la gente del pueblo de este país, por los yernos y nueras, á las suegras. La vieja del segundo piso, sin dejar de clavar las rabas, al conocer la voz de su nuera, contesta de muy mala gana: ¿Qué se te pudre? ¿Tiene un grano de sal pa freir unas bogas? No tengo sal. Salú es lo que no había de tener usté refunfuña la mujer del Tuerto.

Y Plumitas bajó los ojos, quedando un buen rato como absorto en la interna contemplación de su desgracia, viéndose sin lugar en la época presente. De pronto requirió la carabina, intentando ponerse de pie. Me voy... Muchas grasias, señó Juan, por sus atensiones. Salú, señora marquesa. Pero ¿aónde vas? dijo Potaje tirando de él . ¡Siéntate, malaje! En ningún sitio estarás mejor que aquí.

3 Secanías, Rehum, Meremot, 4 Iddo, Gineto, Abías, 5 Mijamín, Maadías, Bilga, 6 Semaías y Joiarib, Jedaías, 7 Salú, Amoc, Hilcías, Jedaías. 8 Y los levitas: Jesúa, Binúi, Cadmiel, Serebías, Judá, y Matanías, que con sus hermanos oficiaba en los cantos de alabanza. 9 Y Bacbuquías y Uni, sus hermanos, delante de ellos en las guardas.

Me fui a ve al señó un anocheser, cuando iba a sentarse a cená con la familia. «Mi amo, yo soy el Plumitas, y nesesito sien durosMe los dio, y me fui con ellos a la vieja. «Abuela, tome: páguele a ese judío, y lo que sobre pa usté y que de salú le sirvaDoña Sol contempló con más interés al bandido. ¿Y muertes? preguntó . ¿Cuántos ha matado usted?

Para la dolienta dijo, levantándole en alto. Que gloria se le güelva contestó la reunión. Sexto gemido de la viuda. ¡Yo no puedo beber, que no puedo, que tengo un ñudo en el pasapán! ¡Ay, mariduco mío de mi alma! Vaya, mujer, que ya no tien remedio; y el perder la salú no le ha de resucitar á él. Toma un trago, que tendrás el estómago aterecío....

No hay cuidao contestó el bandido brevemente, poniéndose fosco, como si no quisiera admitir indicación alguna sobre sus precauciones. Cogió la cuchara, requirió un gran pedazo de pan y miró a los demás, a impulsos de su cortesía rural, para convencerse de si había llegado el momento de comer. ¡Salú, señores!

En sus cortijos hay orden pa que me den lo que pía y me dejen en paz... Esas cosas no se orvían nunca. ¡Con tanto rico pillo que hay en er mundo!... A lo mejor lo encuentro solo, montao en su cabayo lo mismo que un chaval, como si por él no pasasen años. «Vaya usté con Dió, señó marqué.» «Salú, muchachoNo me conose, no adivina quién soy, porque yevo mi compañera y señalaba a la carabina metía bajo la manta.