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Actualizado: 22 de julio de 2025
¡Qué guapo está! dijo desde lejos Obdulia, mientras los lugareños admiraban con la fe del carbonero otro cuadro que alababa don Saturnino. Dieron vuelta a toda la sacristía. Cerca de la puerta había algunos cuadros nuevos que eran copias no mal entendidas de pintores célebres. A la Infanzón debieron de agradarle más que las maravillas de Cenceño, sin duda porque se veían mejor.
La misa pasó en un soplo; el cura volvió hacia la sacristía, haciendo pausadas genuflexiones ante los altares, y cuando Pepe quiso salir halló obstruida la puerta por un grupo de gente que se le había adelantado, obligándole a detenerse. Ellas dos se dirigieron también a la salida. La vieja no le vio; iba pugnando porque no la estrujaran, sin preocuparse de otra cosa; pero Paz le sorprendió en el momento de levantar el seboso cortinón de la puerta.
Cosa es que nunca pudo averiguarse cómo dos lunfardos llegaron a conocer el tesoro de Cañete: el hecho es que se lo robaron de una manera ingeniosa. Una tarde, al toque de oraciones, llegó a la sacristía un individuo al parecer italiano, cohibido, tímido, cortado, y le dijo que un amigo suyo que estaba moribundo deseaba confesarse con él, que sabía era caritativo y generoso. No puedo salir ahora.
En la sacristía nos hacen la caridad de dejarnos un poco de fuego; pero aun así, muchas mañanas falta poco para que nos recojan helados. Los del cabildo llaman al coro «matacanónigos». Y si esos señores se quejan por una hora de estancia en esta nevera, bien comidos y mejor bebidos, figúrese usted qué será de nosotros. Ha tenido usted suerte de entrar en verano.
Glocester se mordió los labios; saludó con el torcido tronco, haciéndose un arco de puente, y salió de la sacristía diciendo para su alzacuello morado y blanco: «¡Este vejete chocho y mal educado me las ha de pagar todas juntas!». El Arcipreste se burlaba de la diplomacia y del maquiavelismo del Arcediano con salidas de tono, indirectas del Padre Cobos y otros expedientes por el estilo.
Tomé una linterna, y seguido por los más resueltos, dirigí mis medrosos pasos hacia el sitio de donde el grito pareciera proceder. La puerta de la sacristía estaba abierta y comprendí que mis sospechas se habían confirmado. Entramos.
En dicho camino es notable un puente que se eleva sobre el río Olla, dedicado á Nuestra Señora de la Sacristía, según leímos en la piedra. En Majayjay, fuí á parar á la casa del suizo D. Gustavo Tóbler, excelente naturalista, radicado y casado en el país. Jamás olvidaré las horas que pasé al lado de aquella inteligencia verdaderamente cosmopolita, y de aquella actividad incansable.
Al entrar en la sacristía, en una capilla lateral, sumida en la sombra, vio una mujer sentada sobre la tarima, con la cabeza apoyada en el altar de relieve churrigueresco. ¡Serafina! ¡Bonifacio! ¿Qué haces aquí? ¿Qué he de hacer? Rezar. Y tú, ¿a qué vienes? Vengo a inscribir a mi hijo, que acaba de bautizarse, en el libro bautismal. Serafina se puso en pie.
Contigua á la iglesia, y comunicando con el altar mayor, está la sacristía, en la cual hay un retrato del Padre San Vítores, y otro del lego Bustillos.
El sacerdote y Gabriel pasearon hablando por las silenciosas naves. No se veían más personas que un grupo de gente de la casa en la puerta de la sacristía y dos mujeres arrodilladas ante la reja del altar mayor rezando en voz alta. Comenzaba a extenderse por la catedral la penumbra de las rápidas tardes de invierno.
Palabra del Dia
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