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Actualizado: 13 de junio de 2025
Vamos, Miguel dijo el brigadier. ¿No te parece mejor tu mamá que el retrato? Miguel, ruborizado y gozoso, contestó que sí con la cabeza. De modo que votas a mi favor, ¿verdad? le preguntó la nueva brigadiera con gracioso acento andaluz. Miguel, avergonzado, no se atrevió a contestar. ¡Ya lo creo que vota! respondió por él su padre.
Azorín se ha ruborizado, pero ha convenido interiormente en que algo benévolo debe de ser cuando se apresta a oír la lectura que el viejo va a hacerle de tres zarzuelas suyas, cada una en un acto. Yo dice el viejo vivo solo; esto constituye mi única alegría.
En cuanto á las galas femeninas, decía Felipe V casi ruborizado: ...«Por cuanto son muy de mi real desagrado las modas escandalosas en trajes de mujeres y contra la modestia y decencia que en ellos se debe observar, ruego y encargo á todos los obispos y prelados de España que, con celo y discreción, procuren corregir estos excesos y recurran en caso necesario á mi Consejo, donde mando se les dé todo el auxilio conveniente.»
Aquél era un honrado y buen hijo, que no había hecho daño a una mosca, que amaba cordialmente a su padre y que se habría ruborizado de desear el menor mal a su enemigo más mortal.
Pero viéndole dudoso, con los ojos espantados aún, se levantó, teniendo la niña en los brazos, abrió la puerta y cambió algunas palabras con Jacoba que, en efecto, estaba allí. Después de entregarle la criatura y cerrar, volvió de nuevo a sentarse. ¿Cómo eres tan cobarde, di? No es cobardía repuso él ruborizado. Es que estoy siempre sobresaltado... No sé lo que me pasa... La conciencia quizá...
Y el conde obedecía gustoso sus insinuaciones, se iba dejando dominar por el ascendiente de aquella mujer tan débil de cuerpo como fuerte de voluntad. Una noche en que llegó a casa de Quiñones cuando aún no había nadie, le dijo la dama bruscamente: ¿Quién le ha puesto a usted ese clavel en el ojal, Fernanda? El conde, sonriendo ruborizado, hizo signo afirmativo.
Dábase a pensar que el P. Gil correspondía a su amor, y para creerlo sacaba de quicio todas sus palabras y acciones. Una vez que le había apretado la mano con más fuerza, otra que le había sonreído desde lejos, otra que se había ruborizado al encontrarla, etc., etc. Todo lo convertía en sustancia. Luego el viaje a Palencia era objeto para ella de un minucioso y febril examen.
Cuando observaba que iba adquiriendo aplomo le disparaba repentinamente alguna maliciosa insinuación que de nuevo lo atortolaba, lo dejaba confundido y ruborizado. Vamos, conde, a que cuando usted me vio dijo para dentro: «Amalia está enamorada de mí: no pudo resistir al deseo de venir a visitarme.» ¡Amalia, por Dios!... ¿Qué disparate está usted diciendo?... ¿Cómo me había de atrever...
Esta mujer le fascinaba de tal suerte que se mostraba confuso, ruborizado, sin saber qué decir ni hacer. Los compañeros, que lo sabían, mirábanle con disimulo y enviaban sonrisas y guiños a la joven, la cual adoptaba un continente protector, maternal, con él. Se reía como los demás de aquella extraña y furiosa pasión; pero en el fondo se sentía halagada por ella.
traduje el pasaje a la letra, diciendo: «Dicho muchas veces el último adiós, todavía me volví a hablarle, y casi separándome la cubrí de besos.» Don León, ruborizado, extendió los brazos exclamando: «¡No, hijo mío, no!
Palabra del Dia
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