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Baste decir que Vevey ha sido visitada con delicia por Voltaire y J. J. Rousseau, Byron y Víctor Hugo y mil viajeros eminentes. Aquella ciudad sorprende bajo el punto de vista social, no solo al hijo de las comarcas solitarias ó salvajes de Colombia sino tambien á los habitantes de las capitales europeas.

Hacia lo que Rousseau recomendaba á su Emilio, y lo que un escritor moderno quisiera que todos hiciesen, considerándolo como un instrumento general de educacion y perfeccionamiento. Los mayores defectos de este trabajo son de haber quedado incompleto, y de tratar de la parte mas conocida de las provincias argentinas.

Se pasaba la vida en la calle del Circo, y sufría un verdadero martirio. Derrochaba todos los días tanta elocuencia y pasión, tantos razonamientos y ruegos, tanta verdadera y falsa lógica como J. J. Rousseau en La Nueva Eloísa; todas las noches lo ponían a la puerta con buenas palabras.

La mayor parte de los poetas que admiramos y nos deleitan pertenecen a la categoría de los que el mismo crítico llama genios pasivos, si bien, a nuestro entender, incluye en este número a algunos que merecen ser colocados entre los primeros, como Rousseau y Schiller.

Actualmente sólo funciona un teatro en San Sebastián. No hay espectáculos. No hay baile. No hay restaurants nocturnos... ni apenas diurnos. Juan Jacobo Rousseau experimentaría un serio disgusto al ver que el Casino va venciendo. Anatole France, en cambio, para quien la civilización es una lucha constante del hombre contra la Naturaleza, sonreiría encantado.

Las paredes, recubiertas de yeso, dejan ver la descarnada piedra a la manera de un pobre andrajoso que enseña las carnes a través de su vestido hecho trizas. En uno de los ángulos se halla un viejo clavicordio sobre el que hay papeles de música: es el Adiós del pueblo, composición de Juan Jacobo Rousseau.

La impiedad precoz de D. Fadrique vino á fundarse en razones y en discursos con el andar del tiempo y con la lectura de los malos libros que en aquella época se publicaban en Francia. El carácter burlón y regocijado de D. Fadrique se avenía mal con la misantropía tétrica de Rousseau. Voltaire, en cambio, le encantaba. Sus obras más impías parecíanle eco de su alma.

Reservabas, sin embargo, tus mejores dones para los últimos días, y el 28 dijiste á la humanidad: «Ahí tienes á Rousseau» . En un solo día, el 29, ¡fecundidad asombrosa! hiciste tres obras maestras, que se llamaron: Rubens , Leopardi y Bastiat . El mundo insaciable pedía más, y el 30 le otorgaste un Emperador, Pedro el Grande , y un artista, Horacio Vernet .

El rey es aquí un pordiosero que nos pide limosna. Voltaire habla más, infinitamente más, que todo esto. Es una cuna sin sepulcro, un Oriente que no halló su ocaso. Luego vimos la tumba de Rousseau. Es menos tumba todavía que la de Voltaire. Sobre la pared de su sepultura tiene pintada una mano que empuña una antorcha, en significacion de que su inteligencia lo alumbra todo.

Y es emocionante pensar cuán nueva es esta convicción; a cuántas mentes privilegiadas fue desconocido éste que es el más fortificante de todos los lugares comunes... La moderna creencia en el progreso no figuró entre los ideales del siglo XVIII, aun tomando por sus exponentes a Voltaire, Montesquieu y Diderot, y Rousseau concebía la historia de la civilización como la de la caída del hombre".