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Actualizado: 28 de junio de 2025
R. Menéndez Pidal, Notas para el romancero del conde Fernán González, en Homenaje a Menéndez y Pelayo, I, 460 y nota 2. segunda, asegunda. "Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos." Quijote, I.ª, VII.
No hay tal cosa: la boquita que llamaban de piñón era naturalmente pequeña, como aquella a que se refiere el Romancero general, fol. 253: «Vna boca, chica era; que con vn piñón se mide, segura de que haya otra que assi enamore y cautiue»; pero el texto se refiere a una boca achicada artificiosamente. Quien ve el riñón de un corderillo, ve una boca de esas frunciditas y amaricadas.
Pues cierto que es más milagro darme a mí un poeta un escudo que yo recebirle: si con esta añadidura han de venir sus romances, traslade todo el Romancero general, y envíemelos uno a uno; que yo les tentaré el pulso, y si vinieren duros, seré yo blanda en recebillos. Admirados quedaron los que oían a la Gitanica, así de su discreción como del donaire con que hablaba.
El Romancero es el arca santa del idioma castellano, es su verdadera gramática y su verdadero diccionario. Sin los cantos del Romancero, es decir, sin la poesía, la España hablaria catalan, árabe, gallego ó teothesco, y el mundo no poseería este idioma abundante y sonoro, que segun Cárlos V, parece hecho para hablar con Dios.
Las trapacerías del hambre formaron una arte honrosa y sutil, que tuvo su romancero y sus manuales, sus poetas y bachilleres. El mal atacaba más duramente a los hidalgos de patrimonio extinguido, cuya estirpe clara y antigua no les permitía infamar sus manos en los oficios.
El indio posee, como todas las demás razas, su romancero popular, que conserva por la tradición, y algo, aunque poco, en el manuscrito. El cumintán tagalo no es, ni más ni menos que el primer auxiliar de sus tradiciones.
"De la batalla sangrienta Presuroso sale Dario Habiendo para escaparse Del vencedor Alejandro..." Romance de Gabriel Lobo Laso de la Vega. Romancero de Durán, núm. 503. Alude Lope a dos ejemplos famosos de continencia, muy celebrados en el Renacimiento.
Créese que el romance sobre los celos, de que habla en su Viaje al Parnaso, es el del Romancero, que comienza: Yace donde el sol se pone. Prólogo á las Novelas.
Y luego, volviéndose hacia la miserable turba, con voz entre grave y burlona, le dijo: Adiós España; adiós soldados de Flandes, conquistadores de Europa y América, cenizas animadas de una gente que tenía el fuego por alma y se ha quemado en su propio calor; adiós, poetas, héroes y autores del Romancero; adiós, pícaros redomados que ilustrasteis, Almadrabas de Tarifa, Triana de Sevilla, Potro de Córdoba, Vistillas de Madrid, Azoguejo de Segovia, Mantería de Valladolid, Perchel de Málaga, Zocodover de Toledo, Coso de Zaragoza, Zacatín de Granada y los demás que no recuerdo del mapa de la picaresca.
Fernando repetía con entusiasmo su propio apellido al hablar de aquel varón fuerte, al que consideraba su ascendiente glorioso. Ojeda es en el Nuevo Mundo lo mismo que Aquiles en la Ilíada o el Cid en el Romancero. ¡Qué hermosa muestra de hombre!... Los cronistas de la época lo pintaban pequeño de cuerpo, agraciado de rostro, con una agilidad y una fuerza sorprendentes.
Palabra del Dia
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