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Actualizado: 4 de junio de 2025


Páginas sueltas: traducción del mismo; 3 pesetas. Retratos literarios: traducción del mismo; 3 pesetas. Italia: traducción del mismo; 2 tomos, 6 pesetas. Los amigos: traducción del mismo; 3 tomos, 9 pesetas. Poesías: traducción del mismo; 3,50 pesetas. =BIBLIOTECA de autores escogidos. A 1 y 1,25 pesetas cada tomo.= Quevedo. Marco Bruto; un tomo. Sauvestre. Un filósofo en una guardilla; un tomo.

Con saberse todo el Diccionario de la Lengua y conocer al dedillo personas y lugares, los retratos y pinturas de ellos, más que cuadros de color, le resultaban inventarios de escribano.

En 1628, pasados veinticinco años, estando en París al servicio de María de Médicis, supo, por su amistad con el Duque de Buckingham, que Carlos I de Inglaterra deseaba hacer paces con España. Primeramente retrató a los Reyes e Infantes, de medios cuerpos, para llevar a Flandes; hizo de Su Majestad cinco retratos, y entre ellos uno a caballo con otras figuras, muy valiente.

Hay en ella muebles soberbios, telas rarísimas, cuadros con firmas de maestros, retratos admirables, plantas exóticas criadas en la atmósfera tibia del invernadero, jarrones, japoneses decorados con cigüeñas de plata que vuelan en paisajes fantásticos, alfombras en que los pies se hunden y arañas de vidrios multicolores, donde centellean en temblor irisado los reflejos, de la chimenea.

Cubrían los muros de su despacho estanterías de pino blanco, algunas de las cuales él mismo construyó, y en los pocos espacios libres que ellas dejaban colgaban retratos de los héroes de la revolución cubana que terminó con la paz del Zanjón, y entre los de varios literatos ocupaba lugar preferente el de Víctor Hugo.

Cuando se recibían noticias de la guerra favorables á los Imperios germánicos, redoblaban las canciones y el copeo hasta media noche y la caja de música agria no descansaba un instante. En las paredes se veían los retratos de Guillermo II y varios de sus generales.

Hablando de la sala donde este retrato estaba antes colocado en nuestro Museo, dice Lefort. «Allí hay retratos de los más grandes maestros, ¡y qué retratos! El Conde de Bristol, de Van-Dick, el Thomas Morus, de Rubens; otros de Antonio Moro, de Holbein, de Durero, y precisamente a su lado uno admirable de hombre por el Tintoretto.

Los otros retratos, como el de Halpin para la edición de Amstrong, nos dan ya tipos de lechuguinos de la época, ya caras que nada tienen que ver con la cabeza bella e inteligente de que habla Clark. Nada más cierto que la observación de Gautier: «Es raro que un poeta, dice, que un artista sea conocido bajo su primer encantador aspecto.

Todo esto sabía Felisa: tal era el vergonzoso origen que no quería confesar a su novio. Además, por testimonio de gentes que la conocieron y por retratos que se conservaban, sabía también que físicamente se parecía a su madre cuanto una mujer puede parecerse a otra.

Ni por pienso. De los dos personajes principales, el uno murió ya hace año y medio, y el otro salió de París hace dos semanas; y yo les creo a ustedes sobrado atareados y olvidadizos para conocer a un muerto y a un ausente, por mucha semejanza que exista en los retratos. Dista mucho de ser ése el motivo que me ha impulsado a ocultar los nombres de ellos. ¿Pues cuál es? ¡Chitón!

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