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Actualizado: 1 de junio de 2025
Finalmente, tranquilizáronse los ánimos y otra vez reinó la concordia y la alegría. El señor Rafael volvió á tomar la guitarra y soltó una serie de coplillas chuscas y picarescas que hicieron brincar de gozo á los alegres compadres. Velázquez y María-Manuela, sofocados por el calor, se habían acercado á la ventana y respiraban la brisa frente á la bóveda estrellada del cielo.
Las conocía por el aire de suficiencia que respiraban, por la majestad, que como un perfume se exhalaba de sus personas, y por el amaneramiento de todos sus gestos y ademanes.
Rafael, sin darse cuenta de lo que hacía, bajó a la calle y poco después, se vio en el puente, donde algunos noctámbulos, con el sombrero en la mano, respiraban con avidez, contemplando el haz de reflejos sueltos, como fragmentos de espejo, que la luna proyectaba sobre las aguas del río.
Los hombres respiraban unos momentos en la cubierta y encendían un cigarro antes de ir a despojarse de las prendas negras. Sonó de nuevo el repiqueteo de la campanilla y corrió Isidro a mirar por las ventanas. ¡Otra más!... Era su amigo don José, que, cubriéndose con las vestiduras sudorosas de sus antecesores, iba a decir la tercera misa ayudado por don Carmelo.
Muchos de mis lectores se acordarán, como yo me acuerdo, de su negro y desigual pavimento, de sus edificios que se reducían á cuatro ó cinco fraguas mezquinas y algunas desvencijadas barracas que servían de depósitos de alquitrán y brea; de sus montones de escombros, anclotes, mástiles, maderas de todas especies y jarcia vieja; y, por último, de los seres que respiraban constantemente su atmósfera pegajosa y denegrida siempre con el humo de las carenas.
Anduvo por mil y mil calles de Persepolis; vió otros templos mas bien adornados, adonde concurria gente mas culta, y donde se oía una harmónica música; reparó en fuentes públicas, que aunque defectuosas hacian maravilloso efecto; vió frescas y amenas calles de árboles, jardines donde se respiraban los mas exquisitos olores, y se vían reunidas plantas de los mas remotos pueblos.
Dimmesdale era de suyo un rico tesoro, de modo que el oyente, aunque no comprendiera nada del idioma en que el orador hablaba, podía sin embargo sentirse arrastrado por el simple sonido y cadencia de las palabras. Como toda otra música respiraban pasión y vehemencia, y despertaban emociones ya tiernas, ya elevadas, en una lengua que todos podían entender.
Los campos de Alsacia respiraban alegría, brillantemente dorados por el sol de la mañana, cuando dejamos la casa que nos habla dado tan grata hospitalidad. Un char-
Sentía ansia de destrucción, y mi amor propio, mi orgullo herido clamaban al cielo, haciendo a toda la creación solidaria de mi agravio. Yo creía que el universo entero estaba ofendido, y que cielo y tierra respiraban anhelo de venganza. Crucé varias calles, repitiendo: Mataré a ese inglés, le mataré. Al volver una esquina creí distinguirle y apresuré el paso. Sí, era él.
Era el recuerdo de aquellas memorables palabras suyas "¡Lo probaré, señor!" pronunciadas en los momentos mismos de llevar á cabo una empresa tan heroica cuanto desesperada, y que respiraban el indomable espíritu de la Nueva Inglaterra.
Palabra del Dia
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