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Actualizado: 20 de junio de 2025


En una palabra, disgustado al verse desairado, fastidiado de los escrúpulos y objeciones que se le oponían sin cesar, y ocupado, a más, por otro lado más agradablemente, retirose a su tienda definitivamente, de donde su mujer ni aun intentó sacarle. Sería un error creer que porque una mujer renuncie al amor de su marido en particular, deje por eso de amar en general.

Excitada por la lectura de los cantores bíblicos y de los poetas profanos, se fingía mujeres más elegantes, más graciosas, más discretas, que las que por lo común se hallan en el mundo real. Yo conocía, pues, el precio del sacrificio que hacía, y hasta lo exageraba, cuando renuncié al amor de esas mujeres, pensando elevarme a la dignidad del sacerdocio.

Hay más: si bien es cierto que no debe esperarse de ningún católico español del siglo XVI, que renuncie á las preocupaciones religiosas de sus contemporáneos, ni tampoco negarse que la literatura poética de los españoles adolece del sombrío fanatismo de la época, aparecen, sin embargo, en esta misma literatura numerosos rasgos aislados de la libertad de pensamiento, que conservaron los ingenios más eminentes.

No se me ocurre ni una palabra de consejo que darle. Mejor que yo sabe usted qué azar se corre en este partido... El que usted tome será el único razonable: la estima que yo le doy y la amistad que usted me profesa no permiten dudarlo. Me separé de ella desconcertado y renuncié, desde luego, a ciertos extremos que nos separarían para siempre cuando ninguno de los dos lo deseaba.

Además, al llegar al bonito Hotel del Valle, del único que tenía buenos recuerdos de todos los de la ruta, vi en la puerta a las señoritas Tanco que también iban a Europa. Ante la perspectiva de una buena noche en agradable compañía, renuncié a mi inútil y quijotesco propósito de llegar a Honda en el mismo día. Mi compañero, que iba a reunirse con su familia, insistió y siguió viaje.

El conde también estaba en mi casa y figúrate con qué golpe imprevisto herí al pobre anciano cuando, con el corazón y los ojos llenos de lágrimas, sofocado por la vergüenza y el dolor, me abracé a sus rodillas gritando: «Renuncie usted, renuncie usted a un proyecto que la ingrata ha tirado por tierra, a una esperanza que ha desvanecido con su conducta. ¡Adela no es digna de su padre ni de su amante!

El «no» a un hombre así ha de ser gradual, no repentino, no brusco, pues nuestra negativa seca y rápida pudiera llevarlo a la exasperación y hasta ser causa del encarecimiento del plomo troquelado. Existe el hombre que presume de irresistible, el que tiene de mismo un concepto tan optimista que no admite haya mujer que renuncie a la gloria de unirse a él.

Anda, vejestorio inservible decía bajando las escaleras, mírame, muérdeme; no te daré el gusto de verme en el suelo. Todavía puedo levantarme... el doctor es una gran palanca; ¡que no renuncie antes de fin de mes, y la victoria será mía! ¡Qué casualidad! Cuando iba a tomar su coche, pasaba precisamente Jacintito.

Sosegaos, idolatrada alma mía, que vuestro soy, y no hay poder que de vos me aparte, ni obligaciones que tanto puedan, que por ellas a la inefable dicha de ser vuestro y de que vos seáis mía renuncie.

Tendrías razón, tío, si fuera su muerte la que me hiciera dudar de y de mi dicha. Pero ¡Dios del Cielo! lanzó una carcajada penetrante y amarga, hace tiempo que renuncié a toda pretensión a la felicidad.

Palabra del Dia

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