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Actualizado: 15 de junio de 2025
Y la otra, dándole palmaditas cariñosas y remedando su mismo tono lastimero, añadió en son de burla: Pues mi nombre, mi nombre es justamente lo que no doy... Díselo así a tu marido. La de Butrón dejó caer ambas manos abatida y dijo con voz acongojada, imperceptible casi: ¡Dios mío!... ¿Y cómo le digo yo eso?...
María Antonia Fernández, aunque arrepentida y llorosa, tenía el consuelo de no haber pecado nunca en este segundo sentido. Cuantos habían caído en sus redes y habían sido con ella pecadores, estaban pervertidos muy de antemano, de modo que ella no agostó ninguna virtud en flor, ni remedando al demonio robó ángeles al cielo para llevárselos consigo.
Fernando no pudo contener su impaciencia. «Pero ¿qué era lo de anoche?...» Maltrana sonrió, como si recordase algo, y dijo, remedando a su amigo, con entonación dramática: Soy un miserable... Un miserable que siente asco de sí mismo.
Nicolasa, con suma blandura, enjugó las lágrimas del mozo con el propio pañuelo de ella; luego le dió tres ó cuatro palmaditas en el grueso y robusto cogote; luego le hizo unas cuantas muecas como remedando la desconsolada cara que ponía, y, por último, le pegó un afectuoso y archi-familiar tirón de las narices. Tomasuelo no supo resistir á tanto favor y regalo.
En la República Argentina se ven a un tiempo dos civilizaciones distintas en un mismo suelo: una naciente, que, sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza, está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad Media; otra que, sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea.
Este simpático personaje, antes de salir en público, no ya escondido y á trozos, sino por completo y por sí solo, pasa, con la venia de Lucía, á besar humildemente los lindos pies de V. y á ponerse bajo su amparo. Remedando á un antiguo compañero mío, elige á V. por su madrina.
¡Y criar hijos pacíficos para irlos despues á someter al yugo!, continuó Simoun remedando cruelmente la voz de Basilio. ¡Valiente porvenir les prepara usted, y le han de agradecer una vida de humillaciones y sufrimientos! ¡Enhorabuena, joven! Cuando un cuerpo está inerte, inútil es galvanizarlo.
Los tubos, intestinos de aquel húmedo vientre, daban mil vueltas, y tan pronto rastreaban a flor de tierra, parecidos a sierpes enormes, como se erguían a la bóveda, remedando los negros tentáculos de un pulpo descomunal.
Pues atiende: dicen remedando la niña el gorgeo de las golondrinas, se puso a decir con celeridad: Comer y beber: buscar emprestado, y si te quieen prender ¡por no haber pagado, huir, huir, huir, huiiiir, comadre Beatriiiiz. ¿Por eso se van? preguntó Anís. Por eso afirmó su hermana. ¡Yo las quiero más...! dijo Pepa. ¿Por qué? preguntó Anís.
La ciudad estaba dormida, el mar en calma, el aire diáfano, la atmósfera serena, y en el cielo brillaban millares de millones de estrellas. Cristeta se apoyó de codos en la barandilla y aspiró con delicia el aire que venía saturado de emanaciones salinas. En vano quería serenarse. El corazón le latía como avisando un peligro, y los oídos le zumbaban remedando una canción de amor.
Palabra del Dia
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