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Actualizado: 22 de junio de 2025
El lecho de Celinina, con la tierna persona agobiada en él por la fiebre y los dolores, no se apartaba de su imaginación. Atento á lo que pudiera contribuir á regocijar el espíritu de la niña, todas las noches, cuando regresaba á la casa, le traía algún regalito de Pascua, variando siempre de objeto y especie, pero prescindiendo siempre de toda golosina.
Teníamos por toda sociedad una familia inglesa que regresaba de las Indias: un coronel al servicio de la compañía y sus dos hijas, amarillas como la piel de Rusia. Unicamente el vino de Burdeos gana con un viaje tan largo. Esas señoritas no nos honraron ni con una palabra; lo que las excusa un poco es que no sabían el francés.
Compró en Inglaterra un número considerable de trastos viejos, platos, tapices, y adornó la casa con ellos: además, con permiso de su padre, todos los veranos daba una vueltecita por las provincias y regresaba abundantemente provisto de objetos antiguos. La casa de esta suerte llegó pronto a parecer un museo arqueológico: era cada vez más sombría y más triste.
Cuando pasaron dos o tres horas, la tristeza había crecido lo bastante para quedar señora del campo. A la caída de la tarde vino un suceso imprevisto a cambiar por completo el curso de mis emociones. Cuando regresaba a casa para comer, hallé a Paca esperándome a la puerta para entregarme una carta de Gloria. No quise abrirla delante del emisario, y traté de despedirlo lo más pronto posible.
Habría esperado á Valeria, que regresaba de su almuerzo. Debían estar los dos desde mucho tiempo antes en la penumbra de este rincón, insensibles á lo que les rodeaba, sordos á los comentarios de la gente. El, vuelto de espaldas al príncipe, no pudo verle.
Gracias al delirio producido por la fiebre, pasó junto a la muerte sin darse cuenta, y la violencia del mal le había quitado la conciencia del peligro. Despertó como un niño sobre el brocal de un pozo, sin medir la profundidad del abismo. Cuando le dijeron que había estado a punto de morir y que sus amigos desconfiaban de salvarla, quedó muy sorprendida. No sabía de cuán lejos regresaba.
Regresaba a su pueblo; quería aprovechar la tarde, pues hombres como él sólo corren los caminos de noche cuando hay necesidad. Le acompañaba el carnicero de su pueblo, un mocetón admirador de su fuerza y su destreza, un satélite que le seguía a todas partes. El diputado los despidió con afabilidad felina.
Sin pérdida de tiempo se dirigió al Gobierno civil, habló con el secretario que era su amigo y logró que se pusieran telegramas para que se le detuviese en el camino. Al día siguiente supo que se le había detenido en Palencia y que regresaba aquella noche conducido por la guardia civil.
El día era hermosísimo: un airecillo manso y saturado de aromas campestres movía lentamente los árboles; los andenes estaban casi vacíos; no se oían más ruidos que el rodar del ómnibus que regresaba al pueblo y el alegre piar de una bandada de gorriones, que venía revoloteando a posarse en los alambres del telégrafo.
Me quedaba por librar una última batalla, en la que tenía la seguridad de salir completamente derrotado. ¿No regresaba del Tirol sin haber hecho el menor estudio de sus habitantes, instituciones, topografía, fauna ni flora? Había malgastado mi tiempo de la manera usual, frívolamente, como diría mi cuñada; y contra veredicto basado en tales pruebas, no me quedaba defensa posible.
Palabra del Dia
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