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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Se revolvió la servidumbre asombrada, y el mismo don Manuel corrió inquieto hacia la niña, a quien doña Rebeca cubría ya de besos chillones y babosos, diciendo a guisa de explicación: Como no me conoce, se asusta un poco. Carmencita tendió ansiosa los brazos a su padrino, y poco después se refugiaba en los de Rita hasta que doña Rebeca se hubo despedido.
Era doña Rebeca menuda y nerviosa, de voz estridente y semblante anguloso; fuese hacia Carmencita a pasitos cortos y saltarines, la tomó por ambas manos, y de tal manera la miró, y con tales demasías le apretó en las muñecas finas y redondas, que la pobrecilla rompió en amargo llanto, toda llena de miedo.
Se oyó un rumorcito en la puerta y avanzaron unos pasos de duende por la estancia. El médico, sin hacer caso de que entraba doña Rebeca, le dijo a la niña: Te bajaré en brazos.... Vamos en seguida.... ¿No tienes un abrigo? Y paseó una mirada por el cuarto, que tenía un dramático aspecto de pobreza.
53 Y sacó el siervo vasos de plata y vasos de oro y vestidos, y dio a Rebeca; también dio cosas preciosas a su hermano y a su madre. 56 Y él les dijo: No me detengáis, pues que el SE
Todos los deseos del de Luzmela quedaron atados en su testamento, dentro de la rigidez del derecho legal, con sólida habilidad y previsión, y doña Rebeca hubo de someterse con aparente comedimiento a las disposiciones de su hermano y fingir que cobijaba a Carmen en regazo maternal.
Doña Rebeca tragaba saliva, renegaba de todo lo criado, a media voz, y, quedito, en los pasillos y en los rincones, le decía a Carmen injurias y refranes con perversa impunidad.
Carmen estaba encantada, Narcisa furiosa, y doña Rebeca parecía abstraída en perplejidades y temores, con un aire lánguido de víctima, muy mal avenido con su figurilla inquieta y alocada. Sentía un enfermizo reblandecimiento de amor maternal hacia el marino, y veía avecindarse en torno suyo los iracundos celos de Narcisa.
La muchacha, sobrecogida, se replegó a un extremo del gabinete, y doña Rebeca, que acudió a saltitos menudos, se llevó las manos a la cabeza y empezó a lamentarse con agudas exclamaciones, engarzadas en su sarta habitual de refranes y agravios. ¡Cría cuervos y te sacarán los ojos!... Esta ingrata se quiere quitar el luto de mi pobre hermano.
Huyó doña Rebeca con su paso menudo y cauteloso, y la hija la siguió a grito herido llenándola de injurias. Carmen, sola en la habitación, sintió que la duda quedaba todavía viva en su pecho; volvió los ojos a todos lados como para interrogar al misterio de su vida, y vió otros ojos turbados y malignos que se recreaban en su angustia.
Carmen se asomó a mirar. Allí estaba Fernando, esbelto, seductor, con su cara pálida y fina, su bigote negro, sus ojos endrinos y soñadores. Tenía despejada la frente, rizo el cabello obscuro, y sensual la boca, sonreidora y correcta. Entró el viajero en el zaguán, y quedóse la muchacha fascinada, dudando si en efecto sería aquel Fernando Alvarez de la Torre hijo de doña Rebeca.
Palabra del Dia
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