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Actualizado: 22 de junio de 2025
Sucumbiría en la empresa con la seguridad de no haberse equivocado; y como los oprimidos infunden compasión y los engañados risa, quería más ser objeto de piedad que de ridículo .
Un ruido de pasos en el inmediato corredor le hizo volver al presente. Era un vecino que se retiraba. Nélida no tardaría en presentarse, y era ridículo que él la recibiese vistiendo aún el smoking de la comida. Luego de desnudarse se cubrió con un pijama, tomó un libro, y esperó leyendo y fumando. El interés de la lectura se apoderó de él al poco rato.
A no estar tan ciego el pobre don Juan hubiera notado que no era propio de situación tan grave hablar del ridículo don Quintín; mas sin pensar en ello, repuso: ¿Tú pedirme favores? Pon un bando, y hago que te obedezca... hasta el mismo Nuncio. No exageres. Lo que quiero es que no contribuyas a volver loco a ese pobre hombre.
Tan asombroso y extravagante era aquel amor, que aun después de advertido no quería creer en él, y no dio parte a nadie, porque a la verdad le parecía ridículo. Fernanda era una morena de facciones incorrectas, nada bonita y poco graciosa.
«¡Oh, a él, a don Álvaro Mesía le pasaba aquello! ¿Y el ridículo? ¡Qué diría Visita, qué diría Obdulia, qué diría Ronzal, qué diría el mundo entero! »Dirían que un cura le había derrotado. ¡Aquello pedía sangre!
Ella se tenía la culpa, por no hacer caso de mamá, que decía que los de Las Tres Rosas eran unos ordinarios. Andresito era un buen chico, pero ella no podía estar en ridículo y que las amigas le preguntasen irónicamente por su novio. Como se decidiera otro que estaba a la vista, era cosa hecha: plantaba a Andresito. Llegaron los tres días de Carnaval.
Acaban de llegar de lo más bajo con grandes penalidades; ya tienen el dinero: ahora les falta el lustre social... Y empujan hacia arriba con su audacia de antiguos emigrantes que no conoce la vergüenza ni el ridículo. Como le he dicho antes, puede usted reírse de las castas sociales de Europa.
El remedio de Andrés dijo al párroco es pueril y ridículo, pero le dejo hacer porque eso no envuelve ningún peligro, ni influirá para nada en la hora de la muerte de mi hija, que ocurrirá en la noche del jueves al viernes, o a lo sumo en la mañana del viernes. Tengo bastante experiencia profesional añadió con amargura para estar bien seguro de que no me equivoco en mis tristes augurios.
En Buenos Aires no hay sastres: «son talabarteros». Se hallaba molestísimo con el traje de frac que le habían hecho aquí. «Vea usted este frac; el corte es imposible; las solapas no se plegan, los faldones son cortos, ¡estoy ridículo!» Le dije que el secreto de la elegancia no está en que lo que uno se pone le mejore a uno, sino en mejorar uno lo que uno se pone.
¿Qué quiere este animal de antropófago? dijeron Hans y Cornelio, mientras los chinos se iban retirando prudentemente hacia las chalupas. Querrá ordenarnos que nos vayamos dijo el Capitán . Estos salvajes tienen la pretensión de que ningún extranjero venga a pescar a sus costas; pero este horrible y ridículo ejemplar de la raza australiana se engaña si cree que vamos a obedecerle.
Palabra del Dia
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