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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Cruzamos la ria de Southampton, el golfo de Gascuña, Finisterre; pasamos por enfrente de Burdeos, y al cuarto dia de viaje llegamos á Lisboa. El Great Western, vapor que me condujo, es una colosal embarcacion de 2,500 toneladas, con un puente de una extension prodigiosa y unos anchos y soberbios salones.
Efectivamente, decir a un hombre: «No te harás matar, pena de muerte», es provocarlo a que se ría del legislador cara a cara; es casi tan ridículo como la pena de muerte establecida en algunos países contra el suicidio; sabia ley que determina que se quite la vida a todo el que se mate, sin duda para su escarmiento.
Se siente uno poseido de cariño y estimacion hácia los vizcainos al entrar nomas en esa encantadora ria, Todo predispone el ánimo á la observacion atenta; todo indica que aquel país está poblado por una raza activa, emprendedora, que tiene personalidad y conciencia de su destino; todo presenta á los ojos del viajero el sello profundo de la libertad, fecunda en progreso y bienestar.
Por la noche solía abrir también algunas veces las contraventanas y encender, además de la lámpara, todas las bujías de los candelabros para imaginarse que se hallaba metida dentro de un gran farol. «Desde la ría, esta torre debe parecer un faro y mi habitación la lámpara que acaba de encenderse», se decía con gozo infantil.
Seguiré vengándome de lo que el mundo me hace sufrir, obligando al mundo á que se ría, como un necio, de sí mismo. Llegaba entonces al alcázar y entróse resueltamente en él, con la frente descubierta y alta, como quien no tiene por qué temer. Sin embargo, reparó en que en el zaguán de la puerta de las Meninas, por donde se había metido en el alcázar, había dos alguaciles de corte.
La visión de un jardín, y de una mujer, marchaban ante él por los negros y ruidosos talleres, embelleciéndolo todo como un rayo de sol. Una tarde de verano, escribía Sanabre en su despacho, junto á una ventana abierta que encuadraba un pedazo de la ría, con dos vapores, un trozo de cielo azul cortado por varias chimeneas y el monte de la orilla opuesta.
Se denuncian calles, se denuncian viviendas, se denuncian amigos y vecinos... Y toda la actividad bilbaína, todo el tráfago gigantesco de la ría con sus hornos formidables que, durante el día, eclipsan al Sol y que enrojecen el cielo por las noches, no son más que un esfuerzo para convertir este hierro en oro y en billetes.
Ir de Bilbao á Portugalete era entonces un viaje que sólo osaban emprender los atrevidos, tomando pasaje en las barcas que se llamaban carrozas. La góndola del Consulado, del famoso tribunal de comercio, era la única embarcación que surcaba la ría con frecuencia. Los gabarreros, intermediarios obligados de todo comercio, prosperaban rápidamente, y Olaveaga era el pueblo más rico del Nervión.
Así fué reuniendo una fortuna para su hijo único, que andando el tiempo había de ser el famoso Sánchez Morueta. En aquella época, el futuro millonario iba todas las mañanas al instituto de Bilbao, á estudiar Náutica, pues su padre le quería marino, pero de los de altura, para navegar y comerciar en grande, á través de todos los mares, como él lo hacía en la ría.
¡Pero, hombre! ¡ja, ja!... ¿Quieres que no me ría, si me dices, ¡ja, ja, ja! que tú eres un chino y yo una china? ¡ja, ja, ja! Sus carcajadas eran cada vez más sonoras y más fingidas.
Palabra del Dia
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