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Actualizado: 21 de octubre de 2025


El mencionado García de Palacio decía: «Terná la nao sus portañuelas dos palmos en cuadro con sus bisagrones para cerrallas y abrillas cuando convenga, y en los lados de cada una dos argollones de hierro fuerte, y cerca del muñón un gancho, y del á las argollas puestos sus aparejos para zallar las piezas, y de las argollas á la culata de cada una de sus retenidas tan largas cuanto es menester para recular la pieza, advirtiendo que la una sea mas corta que la otra, para que reculando la pieza y teniendo la boca dentro, por la retenida corta media vuelta y quede prolongada de popa á proa, para que el lombardero pueda tornalla á cargar, sin que por la portañuela le puedan hacer daño

Cerca de él, al alcance de su vista, había dos hombres que de pie y encorvados escribían en grandes libros puestos sobre pupitres de pino. ¿Qué traes por aquí? dijo uno de los escribientes al acercarse la mujer. ¿Cómo ha quedado Gasparón? preguntó el otro. Pues, ¡cómo ha de quedar! Manco. ¿Y a qué vienes? A cobrar.

En esto, volvió el cura el rostro, y vio que a sus espaldas venían hasta seis o siete hombres de a caballo, bien puestos y aderezados, de los cuales fueron presto alcanzados, porque caminaban no con la flema y reposo de los bueyes, sino como quien iba sobre mulas de canónigos y con deseo de llegar presto a sestear a la venta, que menos de una legua de allí se parecía.

Llegados al estudio, se sentó, sin haber examinado los lienzos puestos en el caballete, como tenía por costumbre, y dijo, mirando á su hijo adoptivo: Cuéntame con detalles tu accidente y tus aventuras con la señorita Guichard.

¡Lleven y compren! mugía otro . ¡Aire!... ¡Marchen, marchen! Entre la miseria sórdida y gris acumulada en los puestos de las aceras brillaba de pronto un fulgor, deslumbrando a los curiosos.

En reinados posteriores, los Tumbagas ocuparon puestos donde bien pudieran haber sido útiles a la Religión o al Rey: uno mandaba en las procesiones el piquete de honor; acompañaba otro, espada en mano, al Santísimo Sacramento; daba éste la guardia al Santo Sepulcro; encargábase aquél, durante el verano, del mando de las falúas de paseo en los estanques de los Sitios Reales.

Hacían asimismo muy difícil el tránsito la multitud de mesillas de turrón, arropía y tostones, los puestos de fruta, las tiendas de muñecos y juguetes, y las buñolerías, donde gitanas jóvenes y viejas, ya freían la masa, infestando el aire con el olor del aceite, ya pesaban y servían los buñuelos, ya respondían con donaire a los piropos de los galanes que pasaban, ya decían la buena ventura.

Entonces la ceremonia no existía, el pueblo se manifestaba diariamente sin previa designación de puestos impresa en la Gaceta; y sin necesidad de arcos, ni oriflamas, ni banderas, ni escudos, ponía en movimiento á la villa entera; hacía de sus calles un gran teatro de inmenso regocijo ó ruidosa locura; turbaba con un solo grito la calma de aquel que se llamó el Deseado por una burla de la historia, y solía agruparse con sordo rumor junto á las puertas de Palacio, de la casa de Villa ó de la iglesia de Doña María de Aragón, donde las Cortes estaban.

Arrimose al sepulcro de Diego del Aguila, apoyando su sien contra el muro, como si esperara un consejo de aquel antiguo caballero de su linaje, dormido allí dentro, en la honra. La gente salía por todas las puertas de la iglesia. Ramiro vio que su rival se estacionaba junto a una pila, con los dedos puestos al borde, esperando seguramente a Beatriz. ¡Es fuerza vencer aquí mesmo! se dijo.

La hermosa capa, agarrada por varias manos, fue extendida en el borde de la valla como si fuese un pendón, símbolo sagrado de bandería. Los partidarios más entusiastas, puestos de pie y agitando manos y bastones, saludaban al matador, manifestando sus esperanzas. ¡A ver cómo se portaba el niño de Sevilla!...

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