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Actualizado: 26 de junio de 2025
El arte gótico, tal vez por haber comenzado en nuestro suelo mas tarde, no habia degenerado aun como en Francia, no se hallaba reducido á la rutina de los oficios, ni le faltaban profesores que le ejerciesen con dignidad é independencia.
Ya no era sólo «nuestro poeta»; era el hombre que había gritado: «¡Abajo Guillermo! ¡Mueran los verdugos!» Hasta los niños de las escuelas sabían esto, por haberlo oído á sus profesores, y al encontrar al señor Simoulin se descubrían con veneración, como si viesen pasar la bandera de la patria.
En 1873 se fundó en Córdoba la academia de ciencias, que cinco años después fué incorporada a la universidad con el nombre de facultad de ciencias exactas, físicas y naturales. La antigua academia continúa existiendo, pero simplemente como una sociedad compuesta principalmente de los profesores de la nueva facultad.
Aparte de nimiedades y ciertas cosas pueriles, le llenaba de admiracion el método allí seguido y de gratitud el afan de los profesores. Sus ojos se llenaban á veces de lágrimas pensando en los cuatro años anteriores en que por falta de medios no había podido estudiar en aquel centro.
En una clase tan numerosa se necesita de mucho para llamar la atencion del profesor, y el alumno que desde el primer año no se haga notar por una cualidad saliente ó no se capte las simpatías de los profesores, dificilmente se hará conocer en el resto de sus días de estudiante. Sin embargo continuó, pues la constancia era su principal caracter.
Los insurgentes de Balmuff se habían lanzado con piedras y palos sobre la Universidad de su capital, apoderándose de ella sin más esfuerzo que repartir unos cuantos garrotazos entre los profesores femeninos y otros empleados de igual sexo que dependían del lejano y omnipotente Momaren.
No bastó la tradicional benevolencia de los profesores para que Trabuco consiguiera hacerse licenciado en ambos derechos. Una vez le preguntaron en un examen: ¿Qué es un testamento, hijo mío? Testamento... ello mismo lo dice, es el que hacen los difuntos. Además de Trabuco le llamaban el Estudiante, por una antonomasia irónica que él no comprendía.
La otra tarde le decía en el claustro a un capellán de la capilla de los Reyes: «Esos capitancitos profesores de la Academia creen que en punto a mujeres se comen lo mejor de Toledo; pero donde está la Iglesia, ¡boca abajo los seglares...!»
Después que éste salía de la estancia destinada a los profesores, entregábase a furiosos comentarios y soltaba toda la bilis que tenía acumulada: «¡Barájoles, si no fuese mirando a Dios, le ponía los cinco dedos en la cara a ese puerco!... ¿Han visto ustedes nunca un hombre más rijoso?... ¡Ese hombre quema por donde pasa, barájoles!... ¡Y luego, con quién va a ensuciarse!... ¡con una porcuza!...» Este desprecio que D. Juan testimoniaba a Petra, no era sincero, según pudo convencerse más adelante Miguel; el odio a Marroquín, sí.
Desesperó en poco tiempo a los tres o cuatro profesores que en vano se esforzaron por hacerle entrar algo serio en la cabeza; presentose en Saint-Cyr, donde no fue admitido, y comenzó por malgastar en París, lo más rápida y locamente del mundo, dos o trescientos mil francos.
Palabra del Dia
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