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Actualizado: 25 de octubre de 2025


En realidad, era un fruto prematuramente caído del árbol, una doncella núbil antes de tiempo; a los trece, cuando tocaba habaneras, tenía ya las coqueterías, los celos, los caprichos de la mujer, y ahora aquella flor rápida y precoz se había deshojado, y en vez de la lozanía seductora de la juventud, notábase en Josefina la tiesura y empaque de una señora formal y los remilgos de una lugareña.

Lo que yo tengo es algún eje roto aquí y señaló su corazón , y creo que aquí también añadió tocando su cabeza, prematuramente blanca. Salvador se echó a reir con una impetuosa carcajada jovial, que rodó por la sala con escándalo. La niña, muy seria y cuidadosa, escuchaba atentamente. Observándola don Manuel, le dijo: Vete, querida mía, a jugar abajo, ¿quieres?

Calculando para ésta un promedio de 20:000.000 de habitantes en el siglo XIX, y tomando la cifra sajona para la gente que ha muerto inevitablemente, y su diferencia con la cifra española e hispanoamericana para la que ha muerto evitablemente, la higiene mística nos habría costado veinte millones de vidas, prematuramente aniquiladas en el siglo en que se ha consolidado la higiene racional.

He aquí esa curiosa observación: «Cuántas reputaciones poéticas ha muerto la manía del volumen, y cuántos arrepentimientos para el porvenir se crean los jóvenes que, cediendo a una vanidad pueril, se apresuran a coleccionar prematuramente las primeras e insípidas florecencias del espíritu, ensayos en prosa o verso...»

Todos pudimos observar la cara de un hombre envejecido y prematuramente arrugado, con grandes ojos en que se mostraba la solemnidad característica del búho. Los grandes ojos erraron desde la cara de Yuba-Bill hasta la linterna y acabaron por fijar sus inconscientes miradas en aquel objeto deslumbrador. Bill estaba ciego de coraje.

Ese es el mayor enemigo de este país: mata las energías, crea engañosas esperanzas, acabo con la vida prematuramente: todo lo destruye; hasta el amor. Fermín sonreía escuchando a su maestro. ¡No tanto, don Fernando!... Reconozco, sin embargo, que es uno de nuestros males. Puede decirse que llevamos la afición en la sangre.

La mujer de negro vestida, más que vieja, envejecida prematuramente, era, además de nueva, temporera, porque acudía a la mendicidad por lapsos de tiempo más o menos largos, y a lo mejor desaparecía, sin duda por encontrar un buen acomodo o almas caritativas que la socorrieran.

Palabra del Dia

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