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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Después de esto, don José siguió preguntando a los médicos que habían hecho la cura en la plaza. Pasado su primer aturdimiento, mostrábanse éstos más optimistas.
Preguntando por él, supe que también había salido á la mar aquel día, y que era de los pocos que se habían salvado de la catástrofe, casi milagrosamente; pero que, con lo terrible del trance, los golpes y la frialdad del agua, á sus muchos años, habíase puesto á punto de morir. No me satisfice con estas noticias, y quise verle, y lo conseguí.
El aya estaba, pues, en el castillo, porque no existía otra salida que la portalada. Sin embargo, no estaba tranquilo y se puso a recorrer la casa de arriba abajo, preguntando a todo el mundo si había visto bajar al aya.
Llegado el viajero á la capital, tal vez con escaso conocimiento de la lengua, y quizas con ninguno, habrá andado atolondrado y confuso algunos dias, en el laberinto de calles y plazas, desplegando á menudo el plano de la ciudad, preguntando á cada esquina, y saliendo del paso del mejor modo posible, para encontrar la oficina de pasaportes, la casa de la embajada, y los sugetos para quienes lleva carta de recomendacion.
Hacía la pregunta ávidamente; se incorporaba para mirar más allá de la borda. Al esparcir su vista por la inmensidad, esperaba encontrar en el horizonte el negro perfil de la tierra ansiada. ¿Tardaremos dos días? siguió preguntando. Más, un poquito más dijo Maltrana suavemente para engañar su impaciencia. ¿Como cuántos más? continuó con tenacidad el enfermo.
¿Qué mandaba usted? No tardó en reconocerme, y abriendo los brazos exclamó: ¡Rodolfo! ¡Rodolfo! ¿Tú por aquí? Ya sabía yo que de un día a otro llegarías.... ¡Bendito sea Dios! ¡Y qué crecido estás! ¡Alabado sea el Señor que me concede verte hecho un varoncito, un lechuguino de lo más guapo! Y... ante todo, ¡ya lo sé! ¡ya lo sé! Como siempre estoy preguntando por tí.
Tras del sirviente salieron al corredor Melchor y Lorenzo que por el ruido continuado de la lluvia sólo pudieron percibir los gritos de Hipólito llamando a los perros y los de Baldomero que por el corredor de sus piezas se dirigía a la caballeriza preguntando en voz alta: ¿Qué hay?...
¿Iban otros españoles en el buque? siguió preguntando Ulises. Uno nada más: mi amigo, ese muchacho de que he hablado antes. La explosión del torpedo le hizo pedazos. Yo lo vi. El capitán sintió agrandarse su remordimiento. ¡Un compatriota, un pobre joven, había perecido por su culpa!... También el viajante de comercio parecía sufrir un tormento de conciencia.
Pensaba que con el título de duquesa, y tantísima riqueza acumulada en aquel palacio, D.ª Carmen debía de ser la mujer más feliz de la tierra. ¿Qué hace la viejecita? ¿qué hace? entró preguntando en tono medio brutal medio cariñoso, que revelaba bien la profunda indiferencia que su mujer le inspiraba. D.ª Carmen levantó los ojos sonriendo. Hola ¿eres tú? Milagro, por aquí a esta hora.
Luego fue él quien se sorprendió, preguntando con sorda irritación para desentrañar los misterios del pasado. ¿Qué existencia había sido la de Teri antes de que ellos se conociesen? ¿Por qué murmuraban tanto de su vida en aquella corte septentrional? ¿Por qué se había separado de su marido?... Debía hablar sin miedo; él lo aceptaba todo por adelantado: no había sido en su tiempo.
Palabra del Dia
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