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Actualizado: 22 de mayo de 2025
D. Francisco, unos pobrecillos, almas de Dios... Como no nos manden acá otros descamisados que esos, ya podemos echarnos a dormir. Algunos se subieron a las habitaciones reales, y andaban por allí hechos unos bobos, mirando a los techos. Otros preguntaban por las cocinas. ¡Era un dolor, una cosa atroz, hijo, verles muertecitos de hambre! Me daba una lástima, que no puede usted figurarse.
De tarde en tarde los críticos preguntaban: «¿Qué hace Rostand?...» A fines de 1902 llegó á París la noticia de que el desterrado de Arnaga había concluído de escribir una comedia maravillosa, arquetipa: «Chantecler». «Es superior á Cyrano de Bergerac», clarineaban los periódicos. Inmediatamente el gran Coquelin toma el tren para Cambo. Mame.
Pero había que repetir la frase sacramental, las excusas de rúbrica, y mientras todos aseguraban que no tenían sed y preguntaban con enfado a los dueños de la casa por qué se molestaban, la lengua, seca por el calor, parecía pegarse al paladar, y los ojos se iban tras las tazas de filete dorado que contenían el humeante chocolate, las anchas copas azules, sobre las cuales erguían los sorbetes sus torcidas monteras rojas o amarillas, y las maqueadas bandejas cubiertas de dulces.
Lo que es la abuela o alguna tía, a quienes el romadizo había impedido ir a cumplir con la viuda, preguntaban. ¿Y quién rompió el chivato? Doña Estatira, la mujer del escribano. Ella había de ser, ¡la muy sinvergüenza! ¡Ya se ve..., una mujer que tiene coraje para llamarse Estatira!... Por más que cavilo no acierto a darme cuenta del porqué de esta murmuración. ¡Caramba!
Se había cansado del amor de una mujer perdida como aquella; no quería reñir con su madre por tan poca cosa, ni que los enemigos le desacreditasen y volvía a su deber con gran alegría de la buena señora que le rodeaba de solícitas atenciones. ¿Y de aquello? le preguntaban misteriosamente sus amigas. Nada respondía con una sonrisa de orgullo.
Recordaba haber visto muchas tardes al señor Magistral subir a la torre antes o después de coro. ¿Qué iba a hacer allí aquel señor tan respetable? Esto preguntaban los ojos del delantero a los del acólito. También lo sabía Celedonio, pero callaba y sonreía complaciéndose en el pavor de su amigo. El continente altivo del monaguillo se había convertido en humilde actitud.
Palabra del Dia
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