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Actualizado: 13 de mayo de 2025
En el borde de un hoyo, los unos cerca de los otros, yacían liebres de rojo pelo y conejillos grises de cola blanca, con las patitas juntas por la muerte, en actitud de implorar misericordia, y con ojos empañados como si llorasen; además, perdices rojas, machos de perdiz grises, con la herradura como mi camarada, y perdigoncillos de aquel año que, como yo, tenían todavía pelusa debajo de las plumas. ¿Hay nada más tétrico que una ave muerta? ¡ Las alas son tan vivas!
Tengo un gallinero que es un encanto. ¡Si me viera usted por las mañanas rodeada de plumas y cacareos, arrojando el maíz a puñados, teniendo a raya a los gallos que se meten bajo mis faldas y me pican los pies! Me parece mentira que sea yo la misma de otros tiempos, que blandía la lanza e interpretaba, así regularmente, los ensueños de Wagner. Ya verá usted a mi gente.
Tenían en los trajes dibujos primorosos; combinaciones de colores extraños perfectamente armonizados; cintas de tornasoles inverosímiles; flores tan bien contrahechas, que parecían recién cogidas entre rocío húmedo, y plumas tan leves como los filamentos vaporosos del incienso que flotaba en el aire.
Me deslumbraron el oro de los galones, las plumas blancas y azules de los elásticos agitadas por el viento, los colores llamativos de los uniformes.
Miraba a los socios que leían como a gente de sospechosa probidad; les guardaba escasas consideraciones. No siempre que se le llamaba acudía, y solía negarse a mudar las plumas oxidadas. Alrededor de la mesa cabían doce personas. Pocas veces había tantos lectores, a no ser a la hora del correo. La mayor parte de los socios amantes del saber no leían más que noticias.
Una noche leyó en la cama un libro que hablaba de un místico medio loco, italiano, de la Edad Media, a quien llamaban el juglar de Dios; parecía el payaso de la gloria: lleno del amor de Jesús, se reía de la Iglesia y daba por hecho que él se condenaría, pero llevando al infierno su pasión divina, que nadie podía arrancarle: y el tal Jacopone de Todi, que así le llamaba el vulgo, que se reía de él y le admiraba, hacía atrocidades ridículas para que su penitencia no fuese ensalzada, sino objeto de burla; y salía andando con las manos, cabeza abajo y los pies al aire; y se untaba de aceite todo el cuerpo, desnudo, y se echaba a rodar sobre un montón de plumas, que se le pegaban al cuerpo; y de esta facha salía por las calles para que los chiquillos le corrieran....
No habría poema más triste y hermoso que el que se puede sacar de la historia americana. No se puede leer sin ternura, y sin ver como flores y plumas por el aire, uno de esos buenos libros viejos forrados de pergamino, que hablan de la América de los indios, de sus ciudades y de sus fiestas, del mérito de sus artes y de la gracia de sus costumbres.
Cuando transportan los huesos de sus parientes, los ponen en una piel, sobre los caballos mas favorecidos del difunto, que dejan vivos á este fin, adornándolos á la moda, con mantos, plumas, &a., y caminando de esta manera muchos dias, hasta que llegan á la sepultura propia, á donde hacen la última ceremonia.
Pero aunque Jaramillo no había frecuentado la escuela, sabía que tres son más que dos, y estaba seguro de que, conservando las tres plumas, su poder resultaría más grande. Además, no podía admitir que Morales, luego de conservar sus dedos completos, quisiera igualarse con él. Le gustaba tenerlo bajo el imperio de su superioridad. Y efectivamente, Morales empezó á sentirse esclavo.
Para alabar á Dios y honrarle, me parece á mí que antes que pasarnos la vida metidas en las iglesias, debemos las plumas emplear constantemente nuestro pensamiento en conocer y apreciar las leyes por el mismo Dios creadas.
Palabra del Dia
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