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Maltrana abandonó a su amigo. Sentía la necesidad de relatar el interesante descenso a los frigoríficos «a sus muchas amistades», o sea a todos los pasajeros que podían entenderle. El toque para la comida, que se daba en plena noche al principio del viaje, con los focos de luz inflamados, sonaba ahora cuando el sol estaba todavía en el horizonte.

Entretanto, Salvador Fernández, médico municipal de Villazón, había trasladado su residencia desde la villa al pueblo gracioso y pequeño de Luzmela. En plena posesión del cuantioso legado del amigo, Salvador no había pensado ni un momento en cambiar de vida ni alterar en nada sus costumbres humildes.

Generalmente es por falta de savia que declinan las grandes cosas. Por eso, sólo después que te he visto en la obra, dejándote en plena libertad, he recuperado la tranquilidad. Mi querido maestro, usted es realmente el alma de la fábrica... ¿Qué sería yo sin usted? Yo te he formado, lo que vales.

Por la tarde íbase a la Bolsa, de donde volvía al anochecer, sudoroso, enardecido, llevando en su mirada la fiebre de los conquistadores. Aquel hombre parsimonioso, de costumbres morigeradas, estaba en plena revolución.

Pero aquí, en plena soledad, con el más imperioso de los instintos irritado por la privación, viendo a Margalida entre la morena y ruda hermosura de sus compañeras, bella como una diosa blanca de las que inspiran veneración religiosa a los pueblos cobrizos, sentía la demencia del deseo, y todos sus actos eran absurdos, cual si hubiera perdido para siempre la razón.

Decía esto en plena efervescencia, y no pude menos de reírme de él. Hermoso país es España continuó . Esa canalla de las Cortes lo va a echar a perder.

El combate, para los viejos soldados que habían conocido las batallas más famosas de Europa, fue en adelante la «guazabara». La táctica, contenida en la Milicia Indiana, de Vargas Machuca, consistió en dar la «trasnochada» y dar el «albazo», o sea sorprender al enemigo astuto y escurridizo en plena noche o al romper el día.

Pero entrando en la plena conciencia de la realidad, comprendió lo absurdo de su pregunta. Al día siguiente, en medio de la agitación que trajeron los preparativos del acto religioso, ya no le fue posible apartar su pensamiento de la terrible obsesión. Muñoz ahora se le antojaba un extraño, un hombre a quien no hubiese tratado nunca.

Y con este deseo de perdón, faltó poco para que lo besase en plena calle. Pasaban junto a ellos otros automóviles descubiertos con pasajeros del Goethe. Parecía haberse multiplicado su número prodigiosamente al fraccionarse en grupos. Casi todos los vehículos que rodaban a aquella hora por la ciudad estaban ocupados por ellos.

Sólo recuerdo que al final el cañaveral se puso completamente azul y comenzó a danzar a dos dedos de mis ojos. Dos o tres martillos de cada lado de la cabeza comenzaron a destrozarme las sienes, mientras el estómago, instalado en plena boca, aspiraba él mismo directamente las últimas bocanadas de humo. Volví en cuando me llevaban en brazos a casa.