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Entonces, continuando su trabajo de jardinero, decía mentalmente una corta plegaria por la salvación de aquellos de sus muertos que más lo inquietaban, y que podían estar detenidos en el purgatorio. Poseía una fe cándida y tranquila. Pero entre aquellas tumbas existía una que con más frecuencia que las otras recibía sus visitas y sus oraciones.

Aunque era en el mes de agosto, Marta y las amigas sintieron frío repentino en el claustro y corrieron a refugiarse en la iglesia, donde don Serapio, acompañado del órgano, degollaba la hermosa plegaria de Stradella. Esperose algún tiempo, con grandes ímpetus de curiosidad. Nadie atendía a la cascada voz del fabricante de conservas.

Respecto a este último punto había, como es consiguiente, algunas recriminaciones; pero, sin embargo, no llegaban hasta la impiedad. No tenían un significado más profundo que las protestas contra la lluvia; murmuraciones que no iban acompañadas por un espíritu de desconfianza irreligiosa, sino por el deseo de que la plegaria que debía traer el buen tiempo fuera dicha inmediatamente.

»Pues tampoco labró toda esta triste y larga plegaria en el corazón de aquella mujer. Según ella, la justicia divina, cuando se dejaba sentir, hería en lo más sensible. Por eso me había herido a mi donde tanto me dolía. Sería cierto; pero ni aun así creía yo faltar a ninguna ley divina ni humana implorando lo que imploraba al precio de sufrir yo sola todas las amarguras decretadas para las dos.

Dije que Napoleon, en el arco del Triunfo, era un canto; en la capilla de San Gerónimo, una plegaria; en la cripta, una sombra. En esta cueva, en esta cueva casi sublime, es una vision. ¡Qué elocuencia tan irresistible tienen las sombras! ¡Qué patético tan elevado tiene la oscuridad!

Aquellas verdes ramas, el humo y la plegaria que no se oían más que en Navidad, y hasta el Credo de San Anastasio que sólo se distinguía de los otros en que era más largo y tenía virtud excepcional, puesto que no se le leía más que en ciertas ocasiones producían un vago sentimiento de que algo grande y misterioso se había realizado para ellos allá en el cielo, y aquí abajo en la tierra, algo que se apropiaba con su presencia.

Cosas muy lindas debía ver, conforme se iba muriendo, sin saber que las veía, porque se le reflejaban en el rostro. La frente la tenía como de cera, alta y bruñida, y hundidas las paredes de las sienes. Aquellos ojos eran una plegaria. Tenía fina la nariz, como una línea. Los labios violados y secos, eran como una fuente de perdón. No decía sino caridades. Sola, , no quería estar ella.

Derramó torrentes de lágrimas, lágrimas de alegría, me aseguró que su plegaria de todas las noches había sido oída, y se apasionó de mi prometida antes mismo de conocerla. ¿Qué hubiera dicho mi amigo Pütz, que había bajado a la tumba sin ganar la comisión que esperaba recibir por mi casamiento? «A su hijo me dije, es a quien tengo que pagarla