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Actualizado: 10 de mayo de 2025
En las horas de tranquilidad, cuando la hartura les hacía conversar plácidamente como dos amigos del mismo sexo, Ulises evitaba las alusiones al pasado y le dirigía preguntas sobre su vida actual.
Pedro no hallaba palabras oportunas, sino aquella confusión y malestar que la gente dada a la frivolidad y el gozo experimenta en la compañía íntima de una de esas criaturas que pasan por la tierra, a manera de visión, extinguiéndose plácidamente, con la feliz capacidad de adivinar las cosas puras, sobrehumanas, y la hermosa indignación por la batalla de apetitos feroces en que se consume, la tierra.
Pero Isabel, con mayor aplomo, sonriendo plácidamente, respondió: Contra ti. ¡Puede! replicó la de Anguita, riendo para disimular su recelo. La pura verdad. Sí será; porque yo nunca te he sido simpática dijo Joaquinita sin dejar de sonreír, pero con acento irritado. En efecto, lo que se llama simpática no me lo eres. Al decir esto sonreía con la misma dulzura.
Les era necesario mucho tiempo para aproximarse unos á otros, pero el maravilloso aparato los mantenía en incesante comunicación, como un grupo de camaradas que conversan plácidamente haciendo el mismo camino. De vez en cuando, el telegrafista, avisado por el chisporroteo de sus bobinas, se calaba la diadema con orejeras para escuchar á los remotos camaradas.
Haz cuenta como si los parientes del caiman hubiesen acudido, decía Tandang Selo sonriendo plácidamente. ¡El año que viene te vestirás de cola é irás á Manila para estudiar como las señoritas del pueblo! decía Cabesang Tales á su hija siempre que la oía hablar de los progresos de Basilio.
El rio que llamamos Argentino, Del indio Paraná ó mar llamado, De norte á sur corriendo su camino En nuestro mar del norte entra hinchado. Parece en su corriente un torbellino, O tiro de arcabus apresurado. Más con el viento sur placidamente Se vence navegando su corriente. De mas de treinta leguas es su boca, Y dos cabos y puntas hace llanas.
Las inquietudes de la gente de París eran estremecimientos nerviosos de un pueblo que vive plácidamente y se alarma apenas vislumbra un peligro para su bienestar. ¡Tantas veces habían hablado de una guerra inmediata, solucionándose el conflicto en el último instante!... Además, él no quería que hubiese guerra, porque la guerra trastornaba sus planes de vida futura, y el hombre acepta como lógico y razonable todo lo que conviene á su egoísmo, colocándolo por encima de la realidad.
Inmediatamente, reconoció Ah-Fe a la señora de Galba, pero no se alteró ni un sólo músculo de su cara, ni sus oblicuos ojos se animaron al encontrarse plácidamente con los de su ex ama. Evidentemente, ella no lo reconoció, pues empezó a contar las piezas de ropa que llevaba.
Palabra del Dia
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