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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Ved las dos galeras balanceándose plácidamente en la bahía exterior de Coves, y mirad también en tierra, hacia el este, la humareda que levantan sus últimos incendios. ¡Ah, perros! Ya nos han visto; las lanchas de los incendiarios se apartan de la costa á todo remo, dirigiéndose á sus galeras, que Dios confunda. ¡Y qué multitud á bordo! Parece aquello un hormiguero.

Llegó una tarde de invierno en un paquebot de la «Mala Real», pasó cinco días en el Lazareto, desembarcó con dos baúles, la silla de mimbres y cincuenta latas de dulce; tomó su cuarto en esta casa de huéspedes, con ventana a la travesía, y aquí engorda risueña y plácidamente con el seis por ciento de sus inscripciones.

Todo maravilla al viagero que transita por en medio de esas encantadoras orillas, donde reposa plácidamente sus ojos sobre una vegetacion tan lujosa, ó se detiene á contemplar con interes esas colonias de martin-pescadores, los que saliendo de sus casillas ocultas en los agujeros de las barrancas arenosas, siguen de léjos el rumbo de las canoas.

Tenían las firmes virtudes del que ve su existencia asegurada, á cubierto de todo riesgo, y no necesita hacer daño á los demás para vivir... Y así continuarían plácidamente, sin violentas alegrías, pero también sin dolores, hasta que llegase su hora última...

Estando á los últimos, le envió un Padre la imagen de San Francisco Xavier para que le pidiese la salud; pero él, en lugar de pedirle la vida, le suplicó que si aún no se le había llegado su hora, le alcanzase luego de Dios se le llegase; y en efecto, fué al punto oído, porque mientras explicaba al glorioso apóstol sus deseos, plácidamente espiró; y preguntando al niño que le había llevado la santa imagen cómo estaba el enfermo, respondió llorando que ya había muerto; y con un modillo, á manera de quien estaba enojado, añadió: «¿Y cómo no había de morir, si pidió él ir á ver á Jesucristo y Su Madre Santísima

Vuelve, pues, á su abandonada celda, y hace la debida penitencia; Satanás torna á tentarla, pero vanamente, porque ella triunfa, y fuerza al tentador á alejarse para siempre de su lado. Vésela al fin durmiendo plácidamente en su duro lecho con un cilicio; un ángel revuela alrededor, que lleva su alma al cielo.

Todo continuaba lo mismo: las luces ardiendo, derramando en copiosos chorros la blanca cera sobre las arandelas; las imágenes en el propio sitio, sin mover brazo ni pierna ni desplegar sus austeros labios; la mujer sumida plácidamente en un sueño que debía saberle á gloria; todo seguía lo mismo, menos la caja azul, que se había quedado vacía.

Cualquiera podría observar que una de las niñas, la más llena de carnes y redondita, pagaba algunas, no todas, de las miradas que Mario enfilaba en aquella dirección. Cuando esto acaecía, la joven sonreía leve y plácidamente mientras aquél hacía una mueca singular que nada tenía de sonrisa, aunque pretendía serlo.

Mientras Lewis jugaba, el conde, sentado en un diván, leía plácidamente algún volumen, sin prestar atención á la curiosidad del público, que se fijaba en su gran cabellera blanca echada atrás, sus bigotes enormes y alborotados, sus ojos redondos, verdes y fosforescentes como los de un pajarraco nocturno. Castro sentía excitada su curiosidad por los libros del conde.

El trueno no cesó un solo instante y las olas batieron toda la noche furiosamente las escolleras, rompiéndose en ellas con fragor tremendo. Los náufragos del junco, que no tenían ya nada que temer del furor de los elementos, durmieron plácidamente en su chalupa, cubiertos por un gran encerado y por la vela, que los protegían de las salpicaduras de las olas.

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