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Actualizado: 19 de junio de 2025
Es imposible pintar el dolor que tuvo la infeliz cuando María Luisa, hallándose una noche en casa de la duquesa de Chinchón, se permitió hacer, con su acostumbrada malicia, algunas apreciaciones un poco picantes sobre la gordura y redondez de nuestra diosa.
Escuchaba riendo las chanzonetas pesadas y groseras de Tomás; bromeaba con Ángela, dejando deslizar siempre que podía alguna lisonja, que en el campo, como en la ciudad, producen admirables efectos; contaba anécdotas picantes a Rafael, y le proveía de tabaco; hablaba del tiempo y las labores al criado, una especie de animal tardo y perezoso como el buey y con la testa casi tan dura.
Esas casamenteras de voluntades, como las llama Quevedo... pero no todo es del dominio del escritor, y desgraciadamente en punto a costumbres y menudos oficios acaso son los más picantes los que es forzoso callar: los hay odiosos, los hay despreciables, los hay asquerosos, los hay que ni adivinar se quisieran; pero en España ningún oficio reconozco más a menudo, y sirva esto de conclusión, ningún modo de vivir que dé menos de vivir, que el de escribir para el público, y hacer versos para la gloria: más menudo todavía el público que el oficio, es todo lo más si para leerlo a usted le componen cien personas, y con respecto a la gloria, bueno es no contar con ella por si ella no contase con nosotros.
Hay que observar que las que siguieron eran cada vez más expresivas, por no decir picantes, y que entre una y otra el beneficiado de la catedral dirigía por debajo de sus negras y largas pestañas miradas provocativas a la joven regordeta que había cantado el rondó de Lucía. Después supe que era su maestro de música. Aplaudimos esta vez más sinceramente. ¡Olé el presbítero! gritó D. Acisclo.
Sentía una atracción carnívora ante determinadas mujeres; una por el rostro, otra por el talle ó la estatura, algunas por su fealdad original ó su desarmonía incitante, que obraban sobre sus nervios como los manjares picantes ó ácidos obran sobre el paladar.
Fijándose en los jamones que colgaban de un barrote de hierro y en las oscuras morcillas que les acompañaban, no se podía menos de pensar en algún inmenso árbol de Jauja, que había metido allí una de sus ramas, completamente llena de gigantescas frutas, tan sabrosas como picantes.
Poco después aquella sociedad bulliciosa volvía con ansia a los recreos inocentes. No faltaron los brindis ni las improvisaciones poéticas, ni el joven que canta a la guitarra con poca afinación y mucha gracia unas coplitas picantes, ni la niña de seis u ocho años que en esta clase de solemnidades recita siempre, comiéndose la mitad de las sílabas, un monólogo de comedia.
Todos vestían casaca, pantalon, corbata y chaleco negros, como si vinieran de un entierro, y soportaban los picantes rayos del sol con singular filosofía, cubiertos con sus sombreros negros de ala plana y copa encumbrada, enteramente como si anduvieran de paseo por Regent Street ó Hyde Park.
Se decía que era de los alborotadores pagados por la reacción; hasta que una noche, viendo que se le miraba con desconfianza, y aun se le hicieron alusiones picantes, desertó para no volver.
Llamar a Ricardo señor marqués era una de las bromas más picantes que Marta se autorizaba respecto a su futuro hermano. No estaba en la índole de su genio dirigir cuchufletas y epigramas. Los que salían de su boca alguna vez eran para disimular una caricia que su carácter reservado le impedía hacer abiertamente a nadie, ni aun a su misma hermana.
Palabra del Dia
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