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Actualizado: 14 de junio de 2025
Preguntábame de dónde venían y lo que habían visto en su curso, lo que me, podrían contar, a mi que no sabía nada de la vida y del mundo, a mi que ansiaba ver y conocer. Distrájeme de mis reflexiones al notar que Petrilla, escondida en un rincón, se dejaba besar por un gran palurdo que le había pasado un brazo alrededor del talle.
Romualda se comía un pedazo de pan, engañado con los restos del almuerzo de Nazaria. Rumalda dijo esta después de medio día , sube y dile a Petrilla que no ponga las perdices. Y media hora después Romualda subió a preguntar si estaba la comida.
No bien nos instalamos en nuestra mesa al día siguiente, el cura y yo, abriose con estrépito la puerta y vimos entrar a Petrilla, con la cofia en la nuca y los zuecos llenos de paja en la mano. ¿Qué hay? ¿Fuego? interrogó mi tía. No, señora; pero a buen seguro que está el diablo en casa.
Después de hacer una visita a Petrilla y Susana, recorrí la casa de arriba abajo. ¡De veras, no debiéramos medir el tiempo por la cantidad de días pasados sino por el número y vivacidad de las impresiones! Pocas semanas antes salía de la antigua morada, y sin embargo, si se me hubiese asegurado que en vez de días eran años los que habían pasado por mi, lo hubiera creído sin dificultad.
Un lunes, día de feria, mi tía, el cura y Susana tuvieron que ir a C * Mi tía decidió, como siempre, que yo quedara al cuidado de Petrilla, y fue esta vez la primera, que en mi vida, me encantó tal decisión. Estaba más que segura de mi libertad de acción, puesto que Petrilla se ocupaba más de la vaca lechera que de mis inspiraciones.
Una mañana, meditando sobre esta lamentable situación, ocurrióseme la idea de consultar a las tres personas que me era dado ver todos los días: Juan el quintero, Petrilla y Susana. Como esta última había vivido en C *, decidí que sus apreciaciones debían de estar basadas en una gran experiencia y por consiguiente la dejé para postre.
Besémonos y adiós. Besé las mejillas duras y rojas de Petrilla sobre las que, según me temo, algún patán de dulce charla había depositado ya algunos besos furtivos y sonoros. ¡Adiós, Juan! Hasta la vista señorita dijo Juan, riendo estúpidamente, lo que es un modo de demostrar emoción como cualquier otro.
Petrilla aprovechaba del sopor general para lanzar alguna ojeada al banco vecino al nuestro, y Reina de Lavalle se preparaba a meditar sobre las vicisitudes de la vida representadas por una tía y el aburrimiento de los sermones.
¡Cernícalo! díjele indignada al contemplar tal fenómeno de estupidez. Abrió los ojos, abrió la boca, abrió las manos, y hubiera abierto toda su persona, si hubiese podido, para expresar más su asombro. Volví al patio de el Zarzal, renegando del barro, de mis zuecos, de Juan y de mí misma. ¡Petrilla, ven! grité.
Has dicho una gran verdad, Susana; pero contéstame. ¿Un capón será bastante? No es un capón, señorita, es un pavo; mire usted. Y Susana, con un sensible ímpetu de orgullo, abrió el asador y me hizo admirar el ave que bien cebada por sus cuidados y los de Petrilla, pesaba por lo menos doce libras.
Palabra del Dia
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