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Actualizado: 29 de septiembre de 2025


Nada, por lo contrario, más opuesto á nuestro poeta que perderse en vagas abstracciones, ú ofrecernos sus damas como personificaciones generales de vano entusiasmo y de afán por sacrificarse. Lo natural, lo puramente humano de tales creaciones, constituye su principal encanto.

Como la casa estaba situada a la entrada del pueblo y era de las más altas, desde los ventanillos de ambos lados del pajar se veían, hacia una parte la larga línea de la carretera, que iba a perderse en una curva sombreada por robustos nogales, y en opuesta dirección la pequeña esplanada que había ante las ruinas de la estación del ferrocarril.

El entusiasmo del barón se comunicó á sus soldados, y la Guardia toda escaló con resuelto paso la ladera menos pendiente, erizada de peñascos y cubierta de rocas sueltas que rodaban á su paso é iban á perderse, rebotando, en el fondo del valle.

El sol caminaba velozmente hacia el horizonte con serenidad majestuosa, sin una nube que lo escoltara, anegado en un vapor de oro y grana que se filtraba hasta perderse enteramente en el azul claro del firmamento. La peña donde se hallaban extendía también su sombra sobre el agua, cuyo verde oscuro se iba trocando poco a poco en negro.

Un asombroso laberinto de escaleras, galerías y salones, en que sería fácil perderse, permite llegar al fin á los departamentos reales ó del Palacio propiamente dicho. Es incalculable el valor de tantas maravillas, cuya sola mencion exigiría muchísimas páginas, sin hacer resaltar por eso lo que hay de admirable en tantas obras de arte.

El firmamento azul se teñía de púrpura en Occidente con viva incandescencia que ascendía hasta el zenit, fundiéndose gradualmente en tintas de grana y oro hasta perderse en suave y maravilloso rosicler. El vasto Océano llameaba recibiendo en su seno con misterioso temblor el disco del sol, grande, rojo, resplandeciente. Todos se alegran contemplando este sublime espectáculo.

No se sabe si espantada entonces la cigüeña o enojada del que pudo considerar despojo, se apartó bruscamente de la dama, extendió las alas, salió volando, se remontó en los aires y acabó por perderse de vista.

Ahora la vega parecía mucho más grande, infinita, y extendía hasta perderse de vista los grandes cuadros de tierra roja, cortados por sendas y acequias. En todas las casas se observaba rigurosamente la fiesta del domingo, y como había cosecha reciente y no poco dinero, nadie pensaba en contravenir el precepto. No se veía un solo hombre trabajando en los campos, ni una caballería en los caminos.

Lacour y su amigo pensaban con nostalgia en las carreteras flanqueadas de árboles, en la marcha al aire libre, viendo el cielo y los campos. No daban veinte pasos seguidos en la misma dirección. El oficial, que marchaba delante, desaparecía á cada momento en una revuelta. Los que iban detrás jadeaban y hablaban invisibles, teniendo que apresurar el paso para no perderse.

Pasó algo indefinible... Todos se sintieron como aletargados... La reina Victoria se arrodilló ante el fraile; el fraile la tendió como un cadáver a los pies del trono; rezó las oraciones del exorcismo... Y dijo: «Exi, Wycliffe!» Y surgió, revoloteando en amplia elipsis, hasta perderse en la sombra, un murciélago... Era el espíritu de Wycliffe. El fraile dijo: «Exi, Calvine

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