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Manchando de blanco el verde oscuro de las colinas, aparecían sembrados, o mejor, colgados sobre el valle algunos caseríos. En lo más hondo se percibía uno mayor que los otros, descansando entre el follaje de una vegetación soberbia. Aquél debe de ser Riofrío se dijo Andrés poniéndose la mano por encima de los ojos, a guisa de pantalla, para examinarle con más comodidad.

Se subió al banco de proa y miró detenidamente hacia la playa, erizada de rocas enormes, que se alzaban en forma de anfiteatro. A pesar del grito que habían oído poco antes, no se veía ninguna criatura humana ni se percibía rumor alguno sospechoso. ¿Hay novedad? preguntó Van-Horn. Ninguna, viejo mío. Desembarquemos. La chalupa se acercó a la playa hasta tocar en la arena.

Si percibía entre las zarzas alguna madreselva, aunque se arañase las manos, ya estaba saltando á cogerla para ofrecérsela. Otras veces procuraba quedarse atrás para contemplarla á sabor. La condesa sentía sobre su espalda la mirada amorosa del joven, y sonreía. Caminaban por la margen del río, cuyo declive hasta entonces había sido bastante suave.

El silencio era tan completo que hasta se percibía el aleteo de los pájaros al desprenderse de las temblorosas ramas, y de cuando en cuando, a gran distancia, sonaba el silbato de una locomotora, o el rechinar de las ruedas de algún carro que pasaba por el camino del Pardo. Don Juan andaba despacio, pisando hojarasca, que crujía bajo sus pies como quejándose.

No siempre recibía con puntualidad el importe de las pensiones, ni de ordinario ganaba en actividad á los que avisaban primero las vacantes de beneficios y gracias: harto se quejaba de ello ; con todo, lo que percibía en Francia, junto con las liberalidades del Conde de Essex, bastaba al sostenimiento de la situación de Ministro en que se había colocado.

Volviéndome y revolviéndome en mi lecho pasé dos o tres horas. ¡Odio, odio terrible, deseos insaciables de venganza, que era preciso satisfacer!... Las pasiones más horrendas se agitaban en mi alma; las tinieblas del mal se agrupaban en torno mío, y al entornar los ojos percibía yo fulgores rojizos, relámpagos de sangre.

Su espíritu se bañaba en lo infinito y percibía como uno de los más escogidos de la tierra la eterna, profunda armonía que reside en el centro de la vida inmortal. No lloraba: sus grandes ojos abiertos parecían absorber oleadas de luz. De vez en cuando los cerraba con un gesto aprobador. ¡Así es; así es el mundo; así es la vida!

La compañera de Fernando fue transformándose al marchar entre los gritos y risas de este alborozo general. Percibía él ahora con mayor intensidad el perfume misterioso escapándose de las profundidades del escote.

Se encontró el joven en otra galería menos alumbrada; por último, la dama tomó por una escalera obscura. El joven la siguió á tientas; nada veía: sólo percibía el ardiente hálito de la dama, el crujir de su traje de seda, la fuerte huella de su paso. Al fin de la escalera sintió abrir una puerta, y la voz de la dama que le dijo: Salid: id con Dios.

Así estuvieron largo rato, atento Febrer a su aparejo, en el que no percibía el más leve movimiento. Toda la pesca era para el anciano. Esto le puso de mal humor, y de pronto se sintió molestado por sus cánticos. Basta, tío Ventolera... ¡Ya hay bastante! Le ha gustado, ¿verdad? dijo el viejo con candidez . También otras cosas; lo del capitán Riquer: un sucedido, nada de cuentos.