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Cuatrocientos años hace que vivió el Padre las Casas, y parece que está vivo todavía, porque fue bueno. No se puede ver un lirio sin pensar en el Padre las Casas, porque con la bondad se le fue poniendo de lirio el color, y dicen que era hermoso verlo escribir, con su túnica blanca, sentado en su sillón de tachuelas, peleando con la pluma de ave porque no escribía de prisa.

El no podía vivir sin un pedazo de tierra sobre el que ejerciese su autoridad, peleando con la resistencia de hombres y cosas. Además, le tentaban las vastas proporciones de las piezas del castillo, desprovistas de muebles. Una oportunidad para instalar el sobrante de sus cuevas, entregándose á nuevas compras.

¡Verdadera lástima es que no se haya conservado en pie toda la muralla o al menos una gran parte de ella, ora para admirar su muchísima solidez, ora para hacer recordar a los actuales teruelanos que la argamasa para unir las piedras se tintó muchas veces con la sangre de los que las construían, edificando y peleando a un mismo tiempo contra los enemigos de la Cruz! ¡Cuántos hijos de Teruel, han perecido en dicha muralla, ya conquistando el país, ya defendiendo heroicamente la ciudad en el reinado de D. Pedro, en la guerra de la independencia, y en la triste lucha de hermanos contra hermanos!

Después, el abuelo se disfrazó de gaucho, sin serlo, para dar gusto al dictador Rosas, y tomó su mate teniendo por sillón un cráneo de caballo. Otro abuelo copió a los románticos franceses en su traje, su peinado y su énfasis, peleando en los muros de Montevideo contra el tirano y disparándole odas y folletos en los momentos de reposo.

De todas las curiosidades de Lucerna la que mas llama la atencion de los viajeros paseantes es el monumento consagrado, fuera de la ciudad, a la memoria de los soldados suizos que murieron al servicio de Luis XVI en la famosa jornada del 10 de agosto de 1792, peleando contra el pueblo de Paris.

Estos tres caballeros defendiéndose valerosisamente ganaron una Iglesia, y apretándoles mucho en ella, se hubieron de retirar á una torre de ella, peleando con tanta desesperacion desde lo alto que no fué posible, por masque se procuró, matarles ni rendirles.

En otros tiempos le hubiera defendido con la espada, peleando contra los herejes; ahora soy su sacerdote, y por él batallo cada vez que veo la impiedad de los tiempos cercenar algo de su gloria. El Señor me perdonará, recibiéndome en su seno. que eres tan buena, Tomasa, y tienes alma de ángel bajo tu corteza ruda, ¿no lo crees así...?

Y en cien combates de eternal memoria, Do la ciudad se coronó de gloria Relampagueó su acero vencedor, Y el entusiasmo puro en que en él ardía Á sus valientes hijos infundía Entre el silvo del plomo matador. Hermosa cual su vida, fué su muerte: Con el aliento varonil del fuerte Peleando por la patria sucumbió.

Subieron por ellas treinta Genoveses de los de Jaqueria, y cincuenta Catalanes. Vino luego el dia con que fueron descubiertos, y se les defendió la entrada, pero peleando valientemente ganaron una puerta por la parte de adentro, y abierta, dieron libre la entrada á los demas que quedaban fuera.

Cayeron cual jigantes En medio de la gloria: Sus páginas brillantes Abrió la inmensa historia, Y en letras de granito Su triunfo ha sido inscrito Con fúlgido esplendor. Ese pendon miraron Yaciendo moribundos, Del suelo se aferraron Con brazos tremebundos, Cual si al morir peleando La tierra asi abrazando Quisieran defender.