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Actualizado: 4 de julio de 2025


Un solo collar de perlas rodeaba su cuello y una peineta de brillantes chispeaba en su cabellera castaña. Con expresión imperiosa y casi amenazadora paseó una mirada por el auditorio como si buscase á los que debían atacarla y al que había prometido defenderla, y sus ojos pasaron sin detenerse por Marenval, Tragomer y Vesín, para detenerse interrogadores en Sorege.

Llegada la tarde del domingo, se fue Miguel a los Campos y entró en la plaza, que ya estaba más que mediada de gente, casi toda de categoría: los lidiadores pertenecían en su mayor parte a la aristocracia. Había en los palcos una muchedumbre de niñas bonitas, ostentando la blanca mantilla de encaje y la peineta: los tendidos de madera estaban poblados de caballeros elegantemente vestidos.

Dos horas fuimos hablando, y en ellas me contó Ninay, con una encantadora naturalidad, una verdadera serie de superfluidades para , pero que constituían para ella un mundo. Me habló de su cocal, de la saya que tenía preparada para el baile, de la peineta de su amiga Chichay, del imbay del Moro y del Rosillo, y por último de su novio.

Aquellos rizos ondulan con tanta obstinación como un pequeño arroyo bajo la brisa de marzo y se escapan de la peineta que se empeña en recogerlos detrás de la cabeza. Eppie no deja de estar mortificada por esto, porque ninguna joven de Raveloe tiene cabellos parecidos a los suyos y se imagina que los cabellos tienen que ser lacios.

La otra tarde fue de las que estuvieron en la Castellana con mantilla blanca y peineta para hacer rabiar a los Reyes. ¡Qué porquería! A la Reina me da lástima. Hija, ¿qué quieres? ¡como la de Rodete fue azafata de doña Isabel!

Parecía con más bigote; los ojos le brillaban de tal modo, que era difícil mirarla de frente. Sobre la torre de su cabellera temblaba un gran sombrero de terciopelo que había sustituido momentáneamente á la gran peineta de su vida de salón. ¿Le parece á usted bien lo que ha hecho ese imbécil? gritó el protector antes de saludarla . ¿No merece que...?

Para tenerla contenta apelaba al recurso de los regalitos; apenas se pasaba un día que no viniese de la calle con alguno: un alfiler imperdible, una peineta, un frasco de perfume. Lo que más papel representaba eran las yemas de San Leandro, aquellas famosas yemas que tanto agradaban á la tabernera y con las cuales antes no cesaba de burlarla.

La Nela, que comenzaba a ver claro, observó los vestidos de la señorita de Penáguilas. Eran buenos y ricos; pero su figura expresaba a maravilla la transición no muy lenta del estado de aldeana al de señorita rica. Todo su atavío, desde el calzado a la peineta, era de señorita de pueblo en día del santo patrono titular.

Detrás venía la hija, hecha un sol, con su lindo vestido de seda chinesca, su mantilla de madroños, su alta peineta de concha y un montón de claveles junto a la peineta. Como el vestido era alto, Juanita no llevaba pañuelo y mostraba toda la gallardía y esbeltez de su talle.

Había que verla en aquel retrato: amplio el escote; corto el talle; desnudo el torneado brazo; ricillos en las sienes; rica, donairosa mantilla, y ladeada peineta de boca de olla; ¡ni más ni menos que la reina, doña María Luisa! ¡Con razón los pisaverdes y lechuginos de Pluviosilla se bebían los vientos por mi hechicera tía!

Palabra del Dia

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