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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Cargó con él la moza, y D. José y su ahijada se quedaron solos en presencia de las papeletas. «Es preciso echar un esfuerzo, echar mano de todo. ¡Cuánta papeletaexclamó el santo varón cruzando sus manos con ademán piadoso. Isidora las pasaba, las leía, las iba contando. ¡Ay!

Su nueva existencia, las continuas y pequeñas satisfacciones del amor propio, el saludo de los ujieres del Congreso, la admiración de los que venían de allá y le pedían una papeleta para las tribunas; el verse tratado como compañero por aquellos señores, de muchos de los cuales hablaba su padre con el mismo respeto que si fuesen semidioses; el oírse llamar señoría, él, a quien Alcira entera tuteaba con afectuosa familiaridad, y rozarse en los bancos de la mayoría conservadora con un batallón de duques, condes y marqueses, jóvenes que eran diputados como complemento de la distinción que da una querida guapa y un buen caballo de carreras, todo esto le embriagaba, le aturdía, haciéndole olvidar, creyéndose completamente curado.

Miró al corredor y cerciorándose de que la vieja se había ya retirado, exclamó con voz sorda: ¡Ande allá, abuela, que tiene usted la cara más fea que la papeleta de la contribución! Y se encaminó á la casa en busca de la guadaña acompañado de la risa y algazara de los espectadores.

Lo que yo digo, Nina, es que las cosas son del que las tiene... y las tiene todo el mundo menos nosotras... ¡Ea! date prisa, que siento debilidad. ¿En dónde me pusiste las medicinas?... Ya: están sobre la cómoda. Tomaré una papeleta de salicilato antes de comer... ¡Ay, qué trabajo me dan estas piernas! En vez de llevarme ellas a , tengo yo que tirar de ellas.

En vano te has defendido; en vano has enseñado los treinta mil francos que te quedaban del empeño después de pagar la deuda de juego; en vano has hecho presente que puesto que habías partido, no podías haber desempeñado las alhajas. Te han respondido con la afirmación de que habías vendido la papeleta y tu pérdida se ha consumado. Todo se encadenaba entonces en el crimen.

Un libro nuevo, bien impreso, satinado y limpio, no encaja bien entre aquellas dignas y graves óperas, preñadas hasta reventar de latín y de ciencia. Nuestro sabio torna a la portería meditando todo esto, y escribe sobre otra papeleta el título de un libro sobre filosofía, del siglo trece.

Como éste preguntase con su mirada el motivo de la desgracia, el arrumbador continuó con exaltación: De too tiene la culpa la beatería cochina. ¿Sabe usté mi delito?... No ir a entregá la papeleta que me dieron el sábado con el jornal. Y como si Montenegro no conociese las costumbres de la casa, el buen hombre relataba detalladamente lo ocurrido.

Señor de Araceli, ¿las ha visto usted? Subamos, que arriba han de estar. Que no están. ¡En buena nos han metido!... El santo Ángel de la Guarda me acompañe. Estas niñas me harán condenar, señor de Araceli... ¿Se habrán metido abajo en el salón de sesiones? Yo no he traído papeleta para las tribunas reservadas; pero subamos a la pública y desde allí veremos si están.

Al fin no encuentra nada mejor que pedir el Quijote. ¿Qué edición quiere V.? La que V. guste. ¡Ah! no, caballero, perdone V., nosotros no podemos dar sino la edición que nos piden. Bien, pues la de la Academia. Tenga V. entonces la bondad de consignarlo así en la papeleta. Vuelta a la portería.

El sábado, al cobrar la semana los trabajadores de la bodega, el encargado les entregaba la papeleta a todos: una invitación para que al día siguiente asistiesen a la misa que costeaba la familia de Dupont en la iglesia de San Ignacio. Si la fiesta era con comunión general, el convite aun resultaba más ineludible.

Palabra del Dia

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