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Cuanto más se acercaban a la aldea, más gente encontraban; pero como Marta se consideraba ya libre del alcance de sus enemigos, no reparó en las miradas de sorpresa de los campesinos y siguió su camino hasta que el guardabosque se detuvo delante de una gran casa y le dijo sonriendo: Señora, ésta es la casa del señor Bergams; ¿puedo volverme a Orsdael?

Creedme, señora; yo ignoraba por completo su presencia en Orsdael. ¡Vamos, vamos!

El camino es recto, señora; miraré a lo lejos; si alguien viene nos internaremos en el bosque. Este misterio tiene que sorprenderos, amigo mío; pero antes de mediodía conoceréis la causa. No es necesario. Yo hago lo que me mandan y no me meto en lo demás. Están pasando cosas muy extrañas en Orsdael, y pronto se producirán allí sucesos extraordinarios que llenarán a todos de asombro.

Nadie debe verla ni encontrarla, por lo menos hasta media legua de distancia de Orsdael. La llevarás, pues, por caminos apartados y por el bosque. Muy bien dijo el guarda, subiendo una pequeña escalera para ir a vestirse. Pero decidme, Marta murmuró la campesina después de un momento de silencio . ¿Quién os abrió la puerta del castillo? Nadie, Catalina; bajé por la ventana de mi cuarto.

Escuchadme: ¿Habréis notado, verdad, cómo desde el primer día de vuestra llegada a Orsdael os demostré amistad, cómo os protegí contra la crueldad y el odio de la condesa, cómo espiaba vuestros pasos y os seguía para tener la felicidad de encontraros y hablaros? ¿No habéis adivinado, acaso, la causa de este afecto? Creo haberla adivinado, señor.

La primera luz del alba empezaba a esparcirse en el espacio, y ya podían distinguirse los objetos a través da la niebla. ¿No corremos el riesgo de encontrar a alguien por aquí? preguntó la viuda. No me parece, señora. Todavía es muy temprano respondió el guarda. Si me viese alguien que fuera a Orsdael suspiró Marta.

Y, sin embargo, no hay más remedio dijo la campesina , o someteros a la odiosa necesidad o ser despedida de Orsdael, dejando a vuestra hija entregada a sus verdugos. La viuda estaba soportando dolores indecibles; su rostro se había puesto de una palidez mortal, sus manos temblaban de fiebre, los estremecimientos nerviosos recorrían todo su cuerpo.

Subió rápidamente la escalera y fué a refugiarse a su cuarto, donde se dejó caer sobre una silla, y escondió la cabeza entre las manos. ¿Quién era ese hombre vestido de negro? Probablemente un médico. ¿Qué iba a hacer a Orsdael, donde nadie estaba enfermo? ¿Por qué tenía que quedar solo con Elena? ¡La casa de sanidad!

¡Dios mío! ¡entonces queréis sacrificarme! exclamó Marta con ansiedad simulada . ¡Cómo! ¿Os atreveríais, después de eso, a dejarme un solo instante en Orsdael, junto con la condesa? No, no; si reveláis mi traición, huiré de aquí al despuntar el día. Es preciso que no lo sepa nunca, jamás. ¿Y qué medio puedo emplear para que el documento no pueda caer en manos de la condesa?

Vuelvo dentro de un momento. Sentaos, Marta le dijo la condesa cuando ella hubo entrado a la sala . Tengo muchos motivos para estar enojada con vos; pero quiero olvidar el pasado, sobre todo ahora que la única causa de mi cólera y dolor va a alejarse de Orsdael. Lo que voy a deciros os alegrará a vos también; es para vos como para una noticia feliz.